Rectifico. En más de una ocasión escribí en este espacio que Andrés Manuel López Obrador cometía un error al cancelar el nuevo aeropuerto en Texcoco. Y así lo creía no porque yo fuera simpatizante del enorme y fastuoso proyecto, sino por la reacción que provocaría y la factura política a pagar. Pensé que convenía mejor guardar las batallas con el sector empresarial para otras causas, ahorrarse el dinero de las compensaciones que requería clausurarlo y ofrecer a la I.P que lo terminasen ellos y ahorrar así dinero del erario. Fue muy costoso políticamente para AMLO echar para atrás un proyecto que llevaba ya un 30% de avance, a cambio de una propuesta (Santa Lucía) que parecía resultado más de un capricho que de una investigación financiera, ambiental y aeronáutica profunda.
Sobre lo de Santa Lucía sigo teniendo dudas, pero la información que este viernes escuchamos sobre las tripas del NAIM, le dan la razón al presidente.
Los responsables del proyecto, ahora lo sabemos, ocultaron el verdadero costo (que habría ascendido a 17 mil millones de dólares en lugar de 13 mil, solo para la primera etapa que ampliaba por muy poco la capacidad del actual aeropuerto), carecían de una solución para financiar esa ampliación de presupuesto, ofrecieron contratos leoninos a favor de diseñadores y constructores con cargo al erario.
El abuso, la desmesura, el ocultamiento doloso y el castigo a las finanzas públicas fue sistemático y de proporciones mayúsculas. Al gobierno de AMLO le costó 3 mil millones de dólares recomprar bonos en manos de tenedores y resolver o disolver más de 500 contratos, pero a pesar de este costo se salvó de cargar con una inversión adicional de casi 20 mil millones de dólares que habría costado el proyecto, más todas las obras de acceso y servicios públicos que no se habían contemplado.
Y aquí permítaseme un paréntesis. También hemos criticado la obsesión de López Obrador con lo que él llama la prensa ‘fifí’ y en particular su aversión al diario Reforma. Nos parece injusto y muy poco presidenciable, por decir lo menos.
Un jefe de Estado tendría que tener la piel más dura y dejar de subir al ring a quienes le critican. Pero también habría que tomar registro del sesgo de muchos medios, que le dieron escasa importancia a las explosivas revelaciones que deja el reporte sobre el NAIM.
Durante meses la cancelación del nuevo aeropuerto ocupó titulares y ríos de tinta en columnas y notas de prensa; la decisión de AMLO fue ridiculizada y desacreditada en todos los tonos posibles. Hoy que el dato duro muestra de manera contundente que el NAIM era insostenible técnica y financieramente, es decir que el presidente tenía razón, la noticia fue minimizada por muchos de estos medios.
Algo similar sucede con la guerra en contra del guachicol. Los errores y las precipitaciones cometidas, el desabasto momentáneo, las pérdidas en vidas humanas fueron exhibidas ad nauseam, y no podía ser de otra manera. Trastocó la vida de muchos ciudadanos.
Pero el reporte sobre los primeros resultados de esta campaña también merecía una difusión infinitamente mayor de la que tuvieron a bien concederle los medios. En noviembre pasado se robaban 81 mil barriles diarios de combustible, en marzo el promedio por día descendió a 8 mil barriles y en lo que va de abril a 4 mil.
El guachicol está lejos de haber sido derrotado, pero a juzgar por los resultados constituiría la primera gran victoria en muchos años de un gobierno mexicano en contra del crimen organizado. El tema, sin embargo, apenas ha merecido menciones marginales en la mayoría de los medios de comunicación.
Está claro que el gobierno de López Obrador se encuentra en una complicada curva de aprendizaje. Hay claroscuros a todo lo largo de estos primeros cinco meses. Aciertos que sus seguidores convierten en motivo de adoración y desaciertos que sus detractores usan para exacerbar el odio y la descalificación. La prensa profesional, los columnistas, los líderes de opinión, tendríamos que actuar en beneficio de un espacio público más sano, en el cual se cuestionen los errores y se registren los logros. Si a AMLO le va mal, le irá mal a todo el país porque no debemos olvidar que le quedan 5 años y medio a este sexenio.
No se trata de aplaudirle incondicionalmente, pero tampoco de descarrilarlo. Hacerle hoyos a la lancha y hundirnos solo para demostrar que la embarcación no era navegable resulta absurdo.
Habrá que apuntar responsable y profesionalmente los errores y desviaciones del soberano con el ánimo de que advierta el costo de sus desaciertos, pero también habría que reconocerle aquello que funciona y puede contribuir a aliviar los graves problemas que aquejan a México.