El show de la derecha se ha vuelto cada vez más cínico, más grotesco y lo que es peor, más violento.
Recientemente asistimos a una agresión en pandilla al presidente del Senado (nos caiga bien o no, el hecho per se es condenable)
¿qué hicieron los medios? Reforma, Milenio y otros, celebraron, aplaudieron y hasta tergiversaron lo que habíamos visto, diciendo que el provocador había sido el atacado.
Ese mismo atacante que, junto con otra plurinominal han ido a Estados Unidos a pedir la intervención de tropas “por el bien del país” y se llenan la boca gritando “la patria es primero” mientras le ponen precio en dólares a la intervención;
¿y los medios? Aplaudiendo, justificando, y poniendo a Alejandro Moreno como un dechado de virtudes en un mundo al revés en que lo que menos importa es decir la verdad, lo importante es el cheque y lo mismo Aristegui que Azucena Uresti nos mienten en la cara; sicarios del periodismo a sueldo que lo que menos les importa es contar lo que realmente sucede sino acomodarlo a sus intereses que son, por cierto, perfectamente rastreables.
Y en cambio, cosas que debían ser indignantes, por las que los medios deberían alzar la voz permanecen en silencio o en apenas un comentario o nota breve en la sección más olvidada de la prensa, me refiero a la despedida de los viejos ministros que, antes de dejar sus respectivos puestos, ordenaron cancelar a Juan Collado el proceso por defraudación de 36.7 millones de pesos y como cereza del pastel, arrasaron con 188 bienes, objetos de arte y comunicaciones entre otros; circuló en redes una foto de la mudanza:
un cuadro de gran formato, sin embalar, sin proteger, es subido apresuradamente al camión de mudanzas.
¿Será que consideran parte de los “haberes” de los que nos juzgaban, aunque pertenezca a la nación?
¡Esos eran nuestros juzgadores! Y los medios, no lo dicen, “no es nota”.
¿Qué tiene que suceder para indignarnos lo suficiente como para exigir seriedad y verdad a los desinformadores?
¿qué tiene que suceder para que este tipo de actos no quede impune?
¿Por qué tendemos a normalizar la violencia, la mentira, el enriquecimiento inexplicable o el robo?,
¿Qué tiene que suceder para que algo nos indigne?
¡Los ministros salientes, robando impunemente y no es noticia para la prensa corporativa!
Así las cosas.