En Quintana Roo vivimos una realidad que no podemos seguir ignorando: miles de perritos y gatitos son abandonados cada año.
Mascotas que alguna vez fueron comprados como un “regalo” o adoptados de manera impulsiva, y que después, cuando crecen o enferman, son abandonas a su suerte.
La escena es común en nuestras calles: mascotas abandonadas que buscan comida en la basura, que caminan desorientadas bajo el sol y la lluvia, y que cargan con enfermedades o heridas sin que nadie las auxilie. Detrás de cada uno de ellos hay una historia de irresponsabilidad humana.
Las cifras ayudan a dimensionar lo que ocurre: en Chetumal se calcula que hay más de 30 mil perritos sin hogar; en Playa del Carmen, el abandono aumenta hasta en un 20% después de las vacaciones, cuando familias que regresan a sus lugares de origen simplemente los dejan.
En Cancún, el 70% de los reportes a las autoridades durante las vacaciones son por mascotas abandonadas en patios o encerradas sin agua ni alimento.
El problema no son los animalitos: el problema es un mercado capitalista que lucra con la vida, vendiendo cachorros como si fueran mercancía, y dueños que no asumen su responsabilidad.
El resultado es un ciclo cruel: compras impulsivas, camadas no deseadas, abandono y sufrimiento.
Desde la Secretaría de Ecología y Medio Ambiente hemos impulsado las Caravanas de Bienestar Animal, donde acercamos y brindamos servicios de esterilización, atención veterinaria y vacunación.
Hacemos un esfuerzo para reducir la sobrepoblación y para dar a las familias herramientas que promuevan la tenencia responsable.
Sin embargo, para que estas acciones tengan mayor eco necesitamos algo más: conciencia ciudadana y corresponsabilidad social.
No basta con leyes ni con campañas si como sociedad seguimos viendo a los animalitos como objetos de usar y tirar.
Una mascota no es un juguete ni un adorno: es un ser vivo que siente, sufre y merece cuidado.
En Quintana Roo, nuestro reto es grande, pero también lo es nuestra responsabilidad.
Cuidar a los que no tienen voz es cuidar nuestra sociedad, nuestra comunidad y hasta nuestra identidad como estado.
Detrás de cada perrito o gatito abandonado hay una oportunidad de demostrar que somos capaces de construir un futuro más compasivo, donde la vida —toda vida— importe de verdad.