Diego Enrique Osorno demostró con su documental “1994” una inmensa valentía.
Hurgar en las entrañas del año más complicado de nuestra historia reciente, en heridas que todavía están vivas, sin tomar partido, sin meter sus entrañas, sin confundir la memoria colectiva con el imaginario de muchos, tiene infinito mérito. Porque lo que vemos en pantalla, con ese narrador omnipotente que tiene todas las voces, es un fragmento de la verdad.
Y vaya que en nuestro país es complicado hablar de “verdad”, así, sin adjetivos.
Yo vi los cinco capítulos de la serie de Netflix, con la ventaja del sistema vigente, de corrido, en una noche insomne. Después, ya de mañana, no podía dormir. Muchos testigos de esos días han dicho que tuvieron una vivencia semejante, porque la intensidad de ver lo que sucedió, de mirar los personajes en pantalla, de escuchar voces de entonces y de ahora, tiene un sentido de catarsis. De las que duelen.
En varias escenas, al escuchar explicaciones incompletas, o al constatar la parcialidad de algunos, comencé a “filmar” mi 1994 sobre la pantalla. A decirme que faltaba esto, que había parcialidad, que no están los cadáveres de Chiapas, que lo que vivimos en esos días en San Cristóbal de las Casas fue diferente, que nos quedó a deber el “Error de Diciembre” a faltar… sí, pero esa es mi visión.
Los que vivimos ese caos, ese devenir apabullante, seguimos sin respuesta a muchas interrogantes, que no solamente tienen relación con Mario Aburto. ¿Y José Córdoba Montoya? Ya que hablamos de posibles autores intelectuales.
Sí, pero hay que insistir, esa es mi narrativa. Y creo que todos los que vivimos 1994 de cerca tenemos nuestro propio documental en la mente. Lo invaluable, todavía me impacta como lo logró Diego Osorno y su equipo, es que la serie de Netflix consiguió que nuestra memoria fuese sobrepuesta a las imágenes que vemos.
Me tranquiliza que Jesús Silva-Herzog haya escrito: “Luis Donaldo Colosio es retratado como un santo” porque esa fue mi percepción. O que se refiera a la participación de Carlos Salinas de Gortari como yo la vi: “… a ratos el documental parece el testimonio de Carlos Salinas sobre aquellos días, la versión del presidente impera sobre el resto de las voces”.
Tal vez porque las otras voces eran interesadas, excepto la de Federico Arreola, testigo privilegiado de la cercanía de Colosio. O porque Salinas se detiene, siempre, al borde de hacer parciales sus declaraciones.
El ahora secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, es otra voz de excepción en la narrativa de Osorno, que vale la pena entender, o analizar por lo menos. En la perspectiva de su nueva realidad.
Los que vivimos ese 1994 que nos regala Diego Osorno ya no somos los mismos. Ni siquiera cuando nos encontramos en esas tomas un poco oscuras, casi fuera de foco. Sin embargo, los que fuimos estamos ahí, presentes, casi en estado de shock frente a esa realidad que tanto define todos los vicios y virtudes de lo que llamamos, por tantos años, sistema político mexicano…