El general secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, es un hombre prudente que no saldrá a la calle a manifestarse, ni hará discursos incendiarios, pero el tema de la reducción de sueldos militares afecta inmensamente a la institución, a los hombres y mujeres que la conforman.
Ningún militar porta el uniforme por amiguismo. Ninguno llega a un puesto de responsabilidad, de mando en el lenguaje castrense, por recomendación. Ningún militar gana un sueldo porque alguien se lo adjudicó arbitrariamente.
Los militares nunca dejan de ser militares, incluso en situación de retiro. Por lo tanto, su único ingreso está en el tabulador correspondiente, en lo que dicen las leyes militares al respecto. No tienen pago por horas extras, no tienen horario de trabajo, no descansan en días festivos.
Y, sobre todo, arriesgan su vida para que podamos vivir en paz.
Su salario, que no corresponde a esta forma de vida, que es menor a lo que merecen ganar, no debe ser tocado por “reformas” que no se relacionan con su estructura institucional, menos todavía con lo que les estamos exigiendo como gobierno y como sociedad.
Porque quiere el gobierno, quieren millones de mexicanos que realicen labores de seguridad, además de sus obligaciones. Y no estamos hablando de la Guardia Nacional que es un tema aparte, sino de los militares.
En el escalafón militar todos, absolutamente todos, comienzan desde la parte más baja de la pirámide. Todos, absolutamente todos, van ascendiendo según sus conocimientos; tienen que ir a diversas escuelas y entrenamientos, su estado de salud físico, sus expedientes que no deben llevar señalamiento negativo alguno. No es un proceso sencillo.
Cuando llegan a convertirse en generales, que es el grado al que más pretenden reducirle el salario, han pasado más de 40 años en cuarteles, sin tiempo para sus familias, para el descanso, para vacaciones, para ir al cine o cualquier otra diversión. Se han levantado a las cuatro o a las cinco de la mañana todos los días. Han dormido en el suelo. Han comido lo que buenamente les han servido en comedores militares, o donde caiga. Han caminado infinidad de kilómetros, han obedecido miles y miles de órdenes superiores sin pestañear.
No es una posición gratuita.
Para ellos no hay excepción válida. No faltan nunca a sus responsabilidades. No tienen espacio para los pretextos. Y todos portan las mismas botas, jefes y tropa, que no siempre son cómodas.
Alguien, muchos, tendrían que explicarle la realidad de la vida militar a quienes pretenden bajar su salario. No hay un solo peso de sus haberes que no merezcan ganar. En todas las posiciones, en todos los grados de su vida militar. Y si queremos su respeto, su apoyo, su ayuda incondicional en todos los aspectos de nuestra realidad, habrá que comenzar por respetarlos.
Y respetarlos significa, también, respetar sus bien ganados salarios. Que habría que aumentar, nunca reducir por el bien de la República como se decía antes…