Venía en una camioneta. Grande. Aparentemente sin blindar. Con la ventanilla abierta. Apenas lo vislumbraron un grupo de campesinos. O pueblerinos si se prefiere. Se apuraron a cruzar la carretera. Como quien escucha una llamada distinta. Sin orden. Libres de cualquier esquema.
Que van y cruzan la carretera. En bola. Y se le atraviesan. Agitan las manos. Le hacen señas para que pare.
No es una estrella de cine. No canta rancheras. Ni siquiera llega a actor de telenovelas pasadas de moda. Quien viene ahí, al lado del chofer, tiene el pelo blanco y huele a sudor.
A mucho sudor. A sudor que lo empapó horas antes. Todo se detiene mientras todos corren. Con el celular en la mano. Gritando: “Ahí está el viejón”. Porque así le han comenzado a llamar, de manera admirativa: “viejón”, sinónimo de chingón.
Una joven, pelo largo, tipo indígena sin fotoshopear, se mete, literalmente se mete, a la camioneta desde la ventanilla. Quiere que su selfi sea la mejor. Que se vea bien “chulo”. López Obrador se deja. Otros. Niños. Abuelos. Corren. Se empujan. Quieren llegarle. Parecen querer una bendición.
¿Va en campaña? Va subido a su propia ola. Va caminando los caminos como quien patea el bote del pasado. Va. Simplemente va.
Es decir, va con la gente. Está con la gente. Corresponde a lo que la gente quiere ver, quiere escuchar, quiere creer. Es un fenómeno que ya rebasa lo político, porque a final de cuentas Andrés Manuel solamente es el presidente de los Estados Unidos Mexicanos. No más. No menos.
El tabasqueño viaja por carretera. Con la ventanilla abierta. Con la mirada atenta al camino.
Gira de fin de semana. Gira por el sureste que tanto le gusta. Regresa a Macuspana, se baña literalmente de sudor, empapa la guayabera, el sombrero no lo cubre del sol, hace un calor encabronado que le es familiar. La gente lo escucha, paciente, con esperanza, con ganas de escucharlo.
Lo escucha. Primer milagro del político. López Obrador los engatusa de todas las formas posibles, hasta con la verdad. Les habla de un futuro mejor donde los jodidos van a estar menos jodidos, donde va a haber préstamos a la palabra, de poquito dinero porque es lo que hay. Son campesinos del Sureste, de Tabasco, campesinos que no siembran la tierra. Que hablan con igual acento, con idéntico lenguaje pleno de dicharejos.
López Obrador va de Tabasco a Chiapas, luego a Campeche y más luego a Chetumal. A la capital de Quintana Roo donde van poco, muy poco, casi nada los mandatarios. Donde llegan, como López Portillo, el último día de su mandato para palomear la forma. Viaja por carretera, se baja al baño en las gasolineras, se detiene a saludar, se deja cachondear, y escucha, primera de muchas veces: “Ahí viene el viejón”,
Eso tenemos. Tenemos un “viejón” de presidente. Para documentar el asombro.