Algunas mujeres aprendimos a no llorar en público cuando escuchamos, de pequeñas, que a nuestros hermanos les decían: “No llores, pareces niña”.
Y nosotras, mi generación que tanto luchó por sus libertades individuales, no queríamos parecer “niñas lloronas”, sino ser tomadas en serio. Por lo que éramos, por lo que hacíamos.
De ahí mi aversión a la victimización. Yo, primera persona del singular, no quiero ser reconocida como víctima sino, por encima de todo, por mi trabajo. Y si mi trabajo me llevó a la cárcel dos veces, en condiciones realmente peligrosas, de extrema vulnerabilidad, nunca busqué ser reconocida como “víctima”.
Por mi trabajo también perdí mi casa, por tres juicios espurios donde, contra la verdad comprobada de lo que escribí, se impuso el poder de un ex presidente.
Mi trabajo es ser periodista. No soy, nunca he pretendido ser, activista social. Mis libros, veinte publicados hasta hoy, no son famosos, pero ahí están, existen. Desde hace 42 años soy periodista, soy reportera, y como tal publico cotidianamente en distintos medios de comunicación masiva.
Soy periodista. Me he ganado el título de verdad.
¿Me debe una disculpa el Estado Mexicano? O, mejor dicho, deberíamos preguntarnos cuándo y por qué debe disculparse el Estado. Que, hay que entenderlo, significa la conjunción de autoridades, gobierno y sociedad. O sea, usted que me está leyendo también “se disculpó” sin que le pidieran su punto de vista.
¿Qué significa tortura en una detención? En los cursos que he dado en las cárceles estatales y federales he escuchado mucho de tortura, que se infringe para causar daño físico, sobre todo, que incluye incluso violación. Mucho tendría que castigarse si escuchásemos, en Quintana Roo y en el resto del país, testimonios de mujeres encarceladas.
A mí me detuvieron, la primera vez, en Chihuahua, en marzo de 2003 y me llevaron al Cereso sin permitirme hacer una llamada, sin mostrarme una orden de aprehensión, sin tener siquiera papel de baño. Porque yo sí pasé la noche en una celda. Hay una diferencia. La multa que me pusieron para dejarme en libertad condicional fue cinco veces la impuesta a un homicidio imprudencial: Cien mil pesos.
La segunda vez volvieron a detenerme, por idénticos delitos de calumnia y difamación, que en ese tiempo se perseguían por la vía penal. Se trataba del mismo escrito publicado en Milenio y que estaba “vigente” en mi página de internet: isabelarvide.com. Otra vez estuve dos días detenida y tuve que pagar el doble de fianza. Cada semana por dos años tuve que viajar, rodeada de policías federales, a firmar en ambos casos. Con mucho miedo. Quien me acusaba era, además, el Fiscal del Estado.
¿Requiero que el Estado Mexicano me ofrezca una disculpa por esto? Lo importante es que se logró que se derogase la penalización del delito. Lo que hubo en mi contra fue una brutal injusticia, con apoyo de las leyes, con complicidad del juez, ordenada por autoridades estatales corruptas que yo desenmascaré.
De esta injusticia jamás hubo una expresión de solidaridad por parte de Lydia Cacho.