¿No le provoca miedo?
O algo peor. Una sensación de vulnerabilidad. Un horror que crece como deseo de vomitar.
Porque el asesinato, a mansalva, de una familia y unos amigos que estaban tranquilamente de fiesta en su casa tiene que aterrarnos a todos, como sociedad.
Algo debe estar profundamente jodido, en buen español, para que esto pueda suceder. Para que una “invitada”, como nos hemos enterado, llame a un cuate-novio-amigo para que venga a matar, a asesinar, a quienes discutieron con ella por la música.
El único pecado de las víctimas fue llevar con ellos, desde otra fiesta, a una mujer que no pertenecía a su círculo privado. Y no permitirle que ella ordenase qué música debía ponerse en el estéreo.
Mal, infinitamente mal, tenemos que estar para que esto pueda suceder en una población donde casi todos llegaron de otra parte del país o del mundo en busca de una nueva vida. Que tendría que haberse construido con respeto a las leyes.
El horror. No hay otra manera de confrontar lo que sucedió. Si creemos en las palabras oficiales que nos cuentan, parece que incluso estaría detenida esta mujer, esta versión de la realidad. De la profunda corrupción mental de muchos jóvenes que creen que matar es un deporte, del mensaje de impunidad que hemos enviado a estos criminales.
Y digo, si creemos, porque tiene que despertar incredibilidad en su máxima expresión que esto sucediese. Que los sicarios hayan entrado a la casa para matar, además, a los padres.
La pregunta que sigue es qué vamos a hacer frente a este horror, a esta realidad abominable o simplemente vamos a cerrar los ojos…