¡Cuánta amargura! Qué terrible confusión, qué inmensa pesadumbre, padecen tantas mujeres que buscan protagonismo o venganza por medio de un seudo movimiento, amparado en una supuesta libertad de género, copiado de Estados Unidos, llamado “MeToo”.
En México, este instrumento para denigrar a complacencia, sin ningún límite, ya cobró una víctima: Armando Vega Gil.
Un músico, un artista, escritor, guionista de prestigio que fue acusado, anónimamente, de pederastia. Acusación que redes sociales, medios de comunicación magnificaron en cuestión de minutos sin siquiera conocer el texto completo.
Porque, como sucede con otras acusaciones, en el mayor destiempo una mujer, enferma de frustraciones y soledad, “recuerda” que cuando tenía 13 años el músico la invitó a su casa, con amigas, entabló una plática por mensajería y, dice: “yo no tenía las herramientas para entender que esas miradas lascivas tenían una carga sexual… y si hubiera ido a su casa sola, estoy segura de que ese viejo hubiera abusado de mí”.
Parece un mal texto de una pésima escena de una telenovela barata. Sin embargo, su sobredimensión adquirió un peso infinito para el escritor que, según su testimonio: “tras la denuncia perderé mis trabajos, pues todos se construyen sobre mi credibilidad pública”.
Por eso se suicidó.
Este movimiento, copiado de Hollywood, se ha expresado en nuestro país con denuncias que bordan el ridículo. A periodistas como Pascal Beltrán del Río lo acusan de preguntar a una mujer si lo va a besar. A Pablo Hiriart de enviar un corazón en un mensaje. Lo grave, tanto así como ha quedado establecido con el suicidio de Armando Vega, es que la sociedad, moña, les otorga a estos supuestos una categoría de acoso. Es decir, de agresión contra una mujer para obtener un favor sexual. Y no es así.
Quienes vivieron relaciones tóxicas están utilizando este “MeToo” para vengarse, porque está de moda fustigar a los hombres.
El acoso, las violaciones, la utilización del poder en contra de una mujer existen. Pero no en los términos, de risa, inocentes, estúpidos, corruptos, enfermos en que se manifiestan hoy. Que grave para nuestras niñas saber que sus madres están tan podridas emocionalmente.
¿Cómo puede justificarse una acusación de pederastía en “miradas lascivas” o en el “hubiera abusado de mí”? ¿Quién es responsable de esta ignominia, las mujeres que vomitan sus frustraciones, que acusan sin justificación, el medio para hacerlo “Me Too” igual de podrido? ¿O la sociedad que no analiza, que no lee siquiera un texto completo antes de juzgar, antes de destruir una historia personal?
Armando Vega Gil tenía razón en temer que toda su vida profesional, su trayectoria como escritor de libros infantiles, se destruyese por la magnificación mediática de esta injustificada, inmoral acusación. El suicidio fue su decisión personal. Pero detrás de su muerte, como también detrás de despidos y lapidaciones de prestigios públicos, está una sociedad iletrada manipulada por un grupo de mujeres enfermas.