Se llama Juliet y en su cara difuminada en la foto presentada por la Fiscalía de Quintana Roo los espectadores escrudiñan la identidad de una asesina múltiple.
El morbo se ha convertido en el sedante más fuerte para la población; como adictos, nos mantiene permanentemente atrapados en la emoción y evadimos la razón, la verdad y la justicia.
La razón, con base en el Sistema de Justicia Penal, es que la procesada por el multihomicidio en la Región 219 de Benito Juárez tiene derecho a que se reserve su identidad y si la autoridad fallara en lo que a muchos les podría parecer “un simple detalle”, cualquier abogado, incluso sin experiencia, podría echar abajo todo el proceso.
No fue así. Aunque el abogado de la detenida había solicitado la ampliación del término constitucional los fiscales del Ministerio Público lograron convencer al juez, en la última audiencia del 29 de enero, para que fuera vinculada a proceso por homicidio calificado con dos años de prisión preventiva.
Prisión preventiva no es sentencia definitiva.
Convencer al juez implicó, en este primer paso, mostrar pruebas irrefutables y testimonios que ubican a Juliet en la escena del crimen y la señalan como responsable de haber ordenado, por teléfono, la masacre donde perdieron la vida ocho personas la madrugada del domingo 20 de enero.
Esa, aún, es solo una parte de la verdad. Juliet es pieza clave para identificar a los autores materiales del tiroteo. La Fiscalía sigue trabajando en esa y otras líneas de investigación pero guardando, con sigilo, la información de la que dispone. Cualquier filtración, habría que decirlo, pondría también en riesgo el proceso.
El fin de las autoridades, y también de la ciudadanía, debería ser que los familiares de las víctimas obtengan justicia. Los fiscales lo saben y aquilatan el peso de la razón y la verdad en este juicio para lograr que los responsables sean sentenciados.
Nosotros los ciudadanos, en cambio, nos mantenemos rehenes de las emociones y queremos apresurar las sentencias, aunque sea a través de linchamientos verbales y una constante descalificación hacia las autoridades que, al menos en este caso, han demostrado cuidado e inteligencia para descartar hipótesis no comprobables y avanzar en líneas de investigación irrefutables.