México es un gran país. Somos herederos de una cultura milenaria y una diversidad inigualable.
Nuestro país tiene todas las características de un paraíso; desde las playas y los manglares, hasta la gastronomía y la creación artesanal. Y lo más importante: México cuenta con su sociedad.
Porque somos gente de trabajo. En este bello país, lo que encontramos es esfuerzo, emprendedurismo, ganas de salir adelante y una gran solidaridad.
Al mismo tiempo, tenemos desafíos estructurales. Cinco siglos de historia, de desigualdades que se han ido atemperando, pero que permanecen. Se trata de revertir tendencias injustas.
Se trata de construir un Estado eficaz que pueda mediar entre los diferentes intereses, articulando esfuerzos a favor del bien común. Necesitamos privilegiar la creación de empleo y el poder adquisitivo de las y los mexicanos, con competitividad y productividad.
Para que todo lo anterior suceda, para que México despliegue el máximo de su potencial, es necesario que el Legislativo haga su parte como fuente de soluciones.
Necesitamos un Congreso que ejerza su poder de supervisión y rendición de cuentas. Que contribuya a tener un país más equitativo. Un Congreso que promueva la innovación tecnológica y una economía más incluyente.
Que asuma su corresponsabilidad, y sepa decidir en favor de las mayorías, sin vulnerar los derechos de las minorías. Que asigne y fiscalice recursos de manera transparente y responsable.
Y algo de la mayor importancia: que pueda tender puentes de colaboración con el Ejecutivo Federal y los gobiernos locales, para traducir las demandas sociales en soluciones.
Como Poder representante de la pluralidad mexicana, el Congreso tiene el deber de articular e implementar una visión amplia sobre el desarrollo del país.
De ese tamaño es el papel del Congreso. Por eso es tan importante que en las siguientes elecciones, las y los mexicanos voten de manera informada, contrastando plataformas políticas y distinguiendo entre ocurrencias y propuestas.