El México de hoy sin duda es significativamente mejor que el de hace seis años: con menor pobreza extrema, control en la rectoría de la educación, con proyectos de infraestructura relevantes para la competitividad y la conectividad del país y con una mayor estabilidad macroeconómica.
Según el Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), entre 2012 y 2016, más de dos millones de personas dejaron de vivir en la pobreza extrema.
Asimismo, se logró que millones de personas más contaran con servicios básicos en sus hogares, con calidad y espacios en la vivienda, con un mayor acceso a los servicios de salud y seguridad social.
El estado mexicano tuvo la capacidad de recuperar el control del sistema educativo y logró poner en el centro a los propios alumnos mexicanos. La reforma educativa ha permitido que 11 entidades federativas muestren mejores índices en su calidad educativa, con profesores más capacitados y mejor evaluados que responden a estímulos de desempeño basados en las mejores prácticas internacionales.
En competitividad, se requería una mayor infraestructura de comunicaciones: de ahí la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México, el tren rápido México–Toluca y el tren eléctrico de Guadalajara que aprovechan derechos de vías históricos, 35 mil km de caminos rurales, más del doble de capacidad portuaria y la modernización de 28 aeropuertos.
Gracias a las reformas estructurales, contamos con nuevos motores económicos en el sector energético y de telecomunicaciones, con inversiones esperadas de alrededor de 250 mil millones de dólares; lo que ha permitido que en un contexto internacional de bajo crecimiento y disminución de precios de petróleo, nuestra economía se haya mantenido resiliente y estable.
Sin finanzas sanas y responsabilidad en el manejo presupuestal, no podrían haber inversiones y empleo y en esta administración se alcanzaron cuatro millones de empleos formales; cifra mayor a los últimos dos sexenios.
Por supuesto que queda mucho por hacer, pero lo logrado debe ser protegido en los próximos años.
Por eso, hago votos por un gobierno fuerte, sereno y constructor de un México moderno, y también para que el Congreso de la Unión funja como un contrapeso serio, cuya fuerza no esté en los números sino en la razón, en los argumentos y en las ideas.