El lunes diez de junio no llegó la crisis tan auguralmente mentada. Las variables económicas mostraron tranquilidad y, en algunos casos, ganancias para el país que tres días atrás parecía estar encaminado a pasar momentos muy difíciles.
Puesto a elegir entre dos opciones altamente negativas, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador hubo de escoger lo “menos peor”. De no haber aceptado las imposiciones trumpistas en materia migratoria, el obradorismo habría arribado al lunes de la verdad en muy malas condiciones, con un arancel estadunidense sobre productos mexicanos que dañaría a la economía del vecino país pero, sobre todo, a la de México, colocada esta en situación de crónica terapia intensiva como acumulación de las políticas económicas de los gobiernos anteriores, que saquearon la riqueza nacional, impidieron el desarrollo de industria y agricultura que nos dieran capacidad de resistencia ante embates externos y convirtieron al Estado en una maquinaria adversa a los intereses mayoritarios del país.
El muy amargo trago referente a la imposición migratoria trumpista ha sido manejado con vocación edulcorante por el presidente de México y sus principales operadores políticos, con excepción de quien ahora ha quedado irónica y provisionalmente colocado más a la izquierda que sus compañeros de élite: Porfirio Muñoz Ledo, el camaleónico político que considera “gravísimo que el país selle sus fronteras, en contra de los tratados internacionales”, lo cual sería “imposible y contrario al derecho humano a la migración”.
El propio sábado del mitin tijuanense, ante el presidente López Obrador, el multipartidista Muñoz Ledo planteó: “Lo que es inmoral es el doble rasero de ambas fronteras, en la frontera norte pedimos que nos abran la puerta y en la frontera sur se nos pide cerrarla para hacerles un oscuro favor a los Estados Unidos”.
Sin embargo, el presidente de México logró algo de lo poco alcanzable: tiempo. Poco tiempo, es cierto, y sujeto a una revisión que coloca a México en condición de castigable párvulo ante el sádico profesor Trump. Pero, a fin de cuentas, la bomba no explotó este diez de junio, aunque el propio evaluador norteño comenzó de inmediato a carcomer la base discursiva de aterrizaje político que el obradorismo ha tratado de consolidar.
Trump ha centrado sus nuevos ataques en tres puntos: 1), la presunta existencia de acuerdos secretos; 2) entre esos acuerdos no confesos, la supuesta disposición mexicana a comprar productos agrícolas a los “patriotas” productores estadunidenses; y, 3) la advertencia de que la guillotina de los aranceles se mantiene en lo alto, para ser activada cuando sea necesario./
La facilidad con que Trump logró doblegar a México en materia migratoria, a partir del manejo fullero de la carta de difícil aplicación real de los aranceles, y la inmediata continuación de sus tácticas ventajosas, confirman el Talón de Aquiles de la economía y la política mexicanas, talón que nunca era exhibido o golpeado en anteriores gobiernos priistas o panistas porque su entreguismo a Estados Unidos lo hacía innecesario, pero que ahora es resaltado ante los intentos de cambio que plantea López Obrador: Washington puede condicionar y someter los proyectos populares de cambio con la simple amenaza de mover resortes económicos determinados. Una verdad sabida, pero nunca tan drásticamente confirmada como ahora.
En ese sentido, es de preverse que Trump se aplique a amenazar y golpear al gobierno mexicano cuantas veces le sea necesario en el proceso de búsqueda de un segundo periodo en la Casa Blanca. El rubio multimillonario usará a México como escalón para subir de nuevo al podio ganador, mientras el gobierno obradorista intenta hacerse de más tiempo, pergeña posibilidades de una diversificación de relaciones comerciales geopolíticamente muy complicada y afianza su base política y electoral ante la guerra con el trumpismo que podría durar el resto del periodo a cumplir por el tabasqueño.-
Casos como el del joven Norberto Ronquillo no son inusuales en el país. Por el contrario, suceden de manera cotidiana, tanta que suelen diluirse en una memoria social anestesiada o fugitiva. El secuestro y asesinato de una persona, haya pagado o no el pedimento de rescate, es una estampa constante del libro de las desgracias nacionales. Ayer, el impacto afectó la conciencia de los habitantes de la Ciudad de México, cada vez más alcanzados por hechos sangrientos que parecían propios de otras latitudes, no de la capital del país.
Lo sucedido con el joven Ronquillo, a reserva de las precisiones forenses y judiciales que correspondan, se inscribe en la espiral delictiva que ha ido golpeando a los habitantes de la Ciudad de México. Peor y ya crónica es la situación en las áreas del Estado de México conurbadas con la capital chilanga: el gobernador Alfredo del Mazo es un ejemplo extremo de irresponsabilidad, solapada en la 4T porque no ofrece resistencia al obradorismo y pareciera estar totalmente dispuesto a allanarse ante la futura postulación de Morena a la sucesión.
La jefa del gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, ha respondido con esclerosis política en momentos críticos de su gestión. Mostró pasmo ante las graves contingencias ambientales de semanas atrás, con la perniciosa irrupción en altísimas proporciones de las partículas denominadas PM2.5. Y ahora, en el caso del estudiante Ronquillo, que generó alerta y solidaridad sociales, ella apareció en pantallas acompañando en segunda fila al presidente de México en un mitin realizado en Tijuana. Más que ese viaje sabatino para propósitos de escaparate político, a muchos capitalinos les hubiera gustado ver a Sheinbaum concentrada en atender directa y ejemplarmente dicho caso y muchos más que se acumulan en la accidentada realidad chilanga.
Y, mientras el secretario de Estado, Mike Pompeo, ha anunciado que se incrementará “a gran escala” la “devolución” de migrantes a México, ¡hasta mañana!