AMLO, superpoderoso
Votación popular crítica
Morenismo variopinto
El tamaño de la victoria de Andrés Manuel López Obrador en los planos federal, estatales y municipales, concentra en unas pocas manos (dos, para ser exactos) una exagerada (tal vez impensada) fuerza política que facultará a ese presidente de la República de una indudable capacidad de transformación (lo cual acrecienta la responsabilidad respecto a los resultados, pues no se podrá alegar que hubo frenos o insuficiencias institucionales) pero, al mismo tiempo, multiplicará los riesgos que entraña toda acumulación exagerada de poder en una sola persona, sobre todo en un sistema tan presidencialista como el mexicano.
La devastación del añoso follaje del árbol de las complicidades (que han dominado al país en el esquema anterior al López Obrador triunfante) está entronizando, al mismo tiempo, a una nueva clase política, la del morenismo variopinto (cargado ya de una densa lista de seguros gobernadores, senadores, diputados federales y locales, y presidentes municipales), algunos de cuyos integrantes victoriosos pareciera que aún no asumen la dimensión del reto que han adquirido, merced a una generosa, desbordada e insólita votación que quiso poner punto final a un destartalado y corrupto régimen de partidos tradicionales (una condena aplastante a Peña Nieto, el PRI, el PAN y el PRD, más sus partidos satélites, y a los poderes fácticos siempre alineados a ese juego político de décadas) pero que, además, y aquí está el punto fino que deberán leer con cuidado los nuevos empoderados, es una concesión social y un mandato electoral que requiere prontas y precisas respuestas: no rollo ni justificaciones, no politiquería ni ensoñaciones. AMLO y Morena deben cumplir razonablemente con las promesas que los llevaron a adquirir la mayor cuota de poder que haya tenido político y partido alguno en México, en condiciones aceptables de competencia electoral.
Las demandas y las exigencias no son, por lo demás, desproporcionadas ni radicales, aunque, en el contexto del desastre causado por Peña Nieto y el actual sistema de partidos, su cumplimiento requiera de habilidad, contundencia y autenticidad. Dicho con claridad: el triunfo de AMLO es el triunfo del sistema. De un sistema urgido de mecanismos de corrección para no hundirse ni provocar un estallido social.
A fin de cuentas, por ello hay una rápida aceptación de los resultados electorales por parte de las piezas fundamentales de ese sistema en riesgo: el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, que ofreció a los mexicanos una organización electoral sumamente deficitaria (muchas casillas no se instalaron a tiempo; muchos funcionarios electorales y representantes partidistas fueron sustituidos a última hora, habilitando como relevos a personas sin la debida capacitación); el ocupante de Los Pinos, Enrique Peña Nieto, que sin ningún pudor conectó su discurso al de Córdova para hablar, en emisión grabada, de los resultados y datos que el presidente del INE decía que apenas estaba dando a conocer en cadena nacional; y otros representantes de los poderes acechantes pero en retirada táctica: Vicente Fox, Felipe Calderón y líderes empresariales.
La llegada de una fórmula de restauración sistémica, con un López Obrador más cargado a la derecha que a la izquierda, en un centrismo de toques místicos, tiene entendimientos explícitos con la administración desfalleciente de Peña Nieto, a quien el tabasqueño agradeció su postura institucional (recurso retórico que va más allá del convencionalismo: la amnistía política como puente de plata al jefe de la máxima corrupción nacional) y, de manera sugerente, ha contado con el inmediato visto bueno de Donald Trump, cuya administración intervencionista, normalmente expresada a trompicones, jamás elaboró ni ejecutó ninguna estrategia de rechazo al tabasqueño.
En ese contexto accidentado (muchos de los triunfos de Morena en estados y regiones han sido verdaderos accidentes de temporada: personajes que de otra manera jamás habrían tenido tal volumen de votos, ahora son depositarios de una gran fuerza electoral delegada) y condicionado (lo que está en curso es una propuesta de reformismo que no rompa, sino mejore, las condiciones del esquema político llevado por Peña a terapia intensiva), la luna de miel del electorado con el nuevo jefe máximo será intensa, pero más allá de esa acaramelada duración habrá de llegar la confrontación con la realidad, más allá de cambios escénicos y retórica promisoria.
Sería desproporcionado e injusto exigirle a López Obrador que cambie con rapidez y fuerza el desbarajuste acumulado en décadas, pero también deben estar conscientes, los depositarios de este nuevo poder nacional desbordado, que serán garantes de sus propias promesas y a ellas estarán atados políticamente. En ese mismo esquema, será muy importante la participación ciudadana en términos de cooperación para las tareas de cambio que sean propuestas, y de vigilancia y exigencia en cuanto a lo que se espera de esta resurrección de una esperanza cívica y política.
Astillas: Habrá que analizarlo con puntualidad en posterior entrega, ero de entre el nuevo mapa político nacional que se está escribiendo hay que recuperar las claves de la recomposición partidista en curso… A Ricardo Anaya, sus adversarios le prometen una larga noche de cuchillos largos, para arrebatarle el control del Partido Acción Nacional que él usó para construirse su candidatura presidencial… Del Partido de la Revolución Democrática quedan restos que aún tratan de pelear algunos cuantos. Los Chuchos son ya una derrota política caminante. Y el grupo de Mancera, Barrales y Héctor Serrano ha quedado a la deriva… En la ironía, el ultraderechista Partido Encuentro Social está en riesgo de perder su registro, pero gracias a la alianza con López Obrador tendría decenas de diputados federales y un puñado de senadores… ¡Hasta mañana, mientras Los Pinos pelea Yucatán como único triunfo, tal estado como eventual residencia posterior de Peña Nieto!