A 59 días de unos comicios rumbo a los cuales tan rezagado va, José Antonio Meade Kuribreña ha desperdiciado cualquier resquicio que hubiera tenido para una eventual redención electoral en buena lid, al aceptar que lo lanzaran en brazos del dinosaurismo priista clásico.
Sale de escena Enrique Ochoa Reza, el rey de las jugosas liquidaciones (así sucedió en la Comisión Federal de Electricidad, que dirigía antes de ser colocado como paracaidista de lujo en los terrenos espinosos de la “militancia” priista) y entra al relevo el exgobernador de Guerrero, René Juárez Cisneros, priista del tan mal visto modelo antiguo, para tratar de revitalizar la maltrecha relación del tecnopriismo peñista (el propio Ochoa Reza; el coordinador de campaña presidencial, Aurelio Nuño, y el candidato a gobernar la Ciudad de México, Mikel Arriola) con las “bases” del partido tricolor.
Más hundimiento es lo que ofrece y garantiza Juárez Cisneros, si de lo que se trata es de pelear la presidencia de la República en términos más o menos legales; experiencia y ejercicio de los peores métodos, si de otro plan se hablara. Por ejemplo, de un fraude electoral. Porque, a fin de cuentas, es oscuro e inquietante el mensaje que se envía con el personaje que creció políticamente en alianza con José Francisco Ruiz Massieu y Rubén Figueroa Alcocer: optar por Juárez Cisneros significa prescindir de las expectativas de pelear en buena lid (las tres palabras utilizadas en el primer párrafo de esta columna) y, en consecuencia, significa apostar abiertamente a las artes electorales ocultas o semiocultas.
El nuevo dirigente formal del PRI llega como operador electoral de emergencia, a tratar de conjuntar al priismo tenebroso que ya no soportaba a Ochoa Reza (ni a Nuño ni a Arriola), a ejecutar los planes de repetición magnificada del modelo del Estado de México y a simular que puede montarse el espectáculo de un fingido repunte de Meade gracias a la fuerza priista, según eso hasta ahora agazapada en silenciosa protesta contra Ochoa Reza.
Meade necesitaba a estas alturas de la competencia algún giro espectacular, que le permitiera restablecer su etiqueta original de “candidato ciudadano” y le distanciara de la marca “PRI”, tan repudiada en el actual mercado electoral. Además, necesitaría pintar una raya enérgica respecto a Enrique Peña Nieto, el Rey Midas electoral al revés. Pero ha optado el pentasecretario tridorito por todo lo contrario: se ha hecho de los servicios de un priista colocado ahí para satisfacer los intereses y expectativas del priismo más negativo y, al mismo tiempo, ha vuelto a confirmar el dominio de Los Pinos sobre su campaña, su condición de instrumento de Peña al que se le puede imponer como presidente del comité nacional priista al mismo personaje que EPN escogió en octubre de 2016 para relevar al Primer Compadre, el turbio Luis Enrique Miranda, en una subsecretaría de Gobernación.
Tan peculiares movimientos en las entrañas priistas tienen como inevitable punto de referencia la presión que busca empujar a Meade a una declinación de su candidatura, para crear un polo único contra López Obrador, encabezado por el panista Anaya, quien ha estado en mejor colocación que Meade en las encuestas de opinión. El propio ocupante del tercer lugar en preferencias había hecho saber que realizaría cambios en su equipo y estrategia.
La propuesta de un “voto útil”, para frenar el “peligro” tabasqueño, es impulsada desde poderosas instancias empresariales, y el mismo Anaya la proclama, aunque negándose (luego de su pifia de sinceramiento ante ejecutivos de Citibanamex, la semana pasada) a la posibilidad de entablar negociaciones con Enrique Peña Nieto (a quien se entiende como el verdadero jefe, en activo, de la campaña priista). Claro está que la candidatura de Ricardo Anaya se ha nutrido de la ingestión de sus propias palabras y promesas incumplidas, así que, en su momento, podría encontrarse alguna fórmula para negociar lo que ahora se dice que no se negociará. Por lo pronto, Juárez Cisneros queda en la punta de la pirámide priista, como una pieza dispuesta a desplegar los métodos más siniestros para potenciar artificialmente a Meade o, si los designios así lo requirieran, para “operar” declinaciones o alianzas, así fueran de facto.
Por último, respecto a este tema, se reproduce lo escrito en el Astillero del 7 de octubre de 2016, cuando Juárez Cisneros pasó de una senaduría a una subsecretaría de Gobernación, con Miguel Ángel Osorio Chong como secretario: “Es un mal signo político que Enrique Peña Nieto haya designado subsecretario de Gobernación a un ex gobernador de Guerrero que por historia, práctica y relaciones atenderá los asuntos delicados del país desde una visión anquilosada y complicitaria. Para sustituir a su amigo y compadre Luis Miranda Nava, a quien envió a la Secretaría de Desarrollo Social, el titular de Los Pinos designó a René Juárez Cisneros, un representante del priísmo clásico que será garante de que sean intocados los intereses de Ángel Aguirre Rivero y de Rubén Figueroa Alcocer, justamente cuando crece la exigencia de que la investigación sobre el caso de los 43 normalistas desaparecidos llegue al municipio de Huitzuco de Figueroa” (https://goo.gl/HeJYbo).
Astillas: Habrá que hablar del tema con más amplitud, pero al regreso del puente del Día del Trabajo se activó la novedad demoscópica de un supuesto crecimiento del panista Ricardo Anaya en la persecución electoral del morenista en fuga, López Obrador. Luego de meses de apacible aceptación, de candidatos y partidos, respecto a esos movimientos en las encuestas de opinión (siempre señaladas en esta columna, por probable manipulación, al gusto del cliente), comenzará la descalificación de los nuevos “resultados”… Y, mientras María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, ha dicho que el proceso electoral en curso es “un gran cochinero”, ¡hasta mañana!