Con las declaraciones del general Carlos Demetrio Gaytán Ochoa como preocupante telón de fondo, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dio un paso especialmente controvertido al hablar con todas sus letras, y con un amplio contexto histórico (aun en el reducido mundillo de los mensajes de lo que se suele llamar “redes sociales”), del riesgo de un golpe de Estado.Palabras mayores, sin duda. Tanto que, al otro día de haber colocado por medio de Twitter tal cuestión tan perturbante en la mesa de la discusión pública, el propio AMLO emitió un mensaje, también por la vía cibernética, en busca de suavizar su impacto e incluso retirar tal tema preventivamente del escenario (“vamos bien y no hay nada qué temer”).
Lo cierto es que el asomo de tan indeseable concepto en el agitado menú de la discusión colectiva no puede ser borrado o desalojado ni siquiera por la decisión o intención del emitente original: así como suele decirse, con base en la historia, que lo difícil no es sacar a los militares de los cuarteles sino regresarlos a ellos, podría decirse que lo difícil no es hablar de Golpe de Estado en un momento histórico determinado, sino retirar tal tópico del tablado nacional tan enardecido en ciertas zonas.
El presidente López Obrador enfrenta una difícil situación económica y financiera, por causas internas y externas; la desesperación de sus opositores centrales, que no encuentran vía política para dar cauce “pacífico” a sus intenciones de frenar el curso de la autodenominada Cuarta Transformación; los errores propios, en Palacio Nacional y sus extensiones ejecutorias, en cuanto a concepción y ejecución de políticas públicas, de comunicación social e idoneidad del gabinete en general.