La marcha había perdido su bandera original desde que en un lugar de la capitalina colonia Polanco se acordó, a la palabra, sin firma alguna, el Pacto de la Alcachofa (se usa el nombre de la apreciada hortaliza dado que la sesión político-económica de referencia se realizó en el elegante restaurante Corazón de Alcachofa).
¿Qué se podría alegar en defensa de Texcoco, cuánta enjundia manifestante se podría detonar, cuál camino de reivindicación se podría exigir, si los principales presuntos ofendidos, los grandes inversores del proyecto caído ya habían expresado su aprobación al golpe recibido, su gustosa disposición a recibir finiquitos, futuros contratos y eventuales compensaciones extra?
En ese contexto de orfandad, la Marcha pro-Texcoco no tuvo capacidad de convocatoria ni presentó alguna elaboración seria para organizar posteriores acciones políticas. Cinco mil quinientas personas, según el cálculo oficial de la policía capitalina: ninguna figura destacada, pues los adalides de la derecha prefirieron seguir refugiados en planas de prensa o tertulias de radio y televisión, los grandes empresarios ni siquiera enviaron a sus empleados que se hacen llamar dirigentes de cámaras patronales e industriales y los intelectuales que en otras faenas peleaban por ir a la fotografiable vanguardia ahora no aparecieron.
Pero ya salió a la calle la amalgama de antiobradorismo apenas disfrazado (en un manifiesto, le expresan reconocimiento básico, aunque censuran el tipo de consulta realizada y el anuncio de que habrá más, parecidas, y se oponen a todo el proceso técnico y político utilizado para justificar el cambio hacia Santa Lucía).
Este domingo, el menú disponible no les permitió un guiso atractivo y es probable que los dueños de las despensas no hubiesen proporcionado los ingredientes mínimos para armar algo presentable (esos dueños de despensas se mantienen a la espera de que les sean restituidos los haberes esperados por el caso Texcoco y, mientras no quede resuelto ese punto, no les convendrá apoyar movilizaciones contra el inminente presidente).
En el revoltillo testimonial de ayer fueron expuestos algunos de los puntos susceptibles de explotación propagandística contra el obradorismo. Desde el rechazo clasista a los migrantes hasta la histeria contra la presencia del venezolano Nicolás Maduro el próximo uno de diciembre. También estuvo uno de los jefes operativos de la ultraderecha, el decimonónico Juan Dabdoub, expresidente del Frente Nacional por la Familia, pieza del Yunque en nuestro país.
E incluso estuvo la mano patrocinadora de David Sánchez Guevara, quien aportó contingentes nada fifís, pancartas bien impresas y largas mantas verdes para identificar a su grupo político, “Kairos, tiempo del bienestar mexiquense”.
Sánchez Guevara, como priista, fue diputado local y presidente municipal de Naucalpan, preso durante más de dos años por acusaciones de corrupción que subsanó mediante la opción “reparatoria” del daño.
A Felipe Calderón Hinojosa lo marcharon. No renunció ayer a Acción Nacional sino que este partido lo había despojado de poder y relevancia desde diciembre de 2010, cuando Gustavo Madero le ganó la presidencia del comité nacional panista. Desde entonces, el michoacano funerario ha perdido casi todo: la candidatura a su sucesión presidencial y, de una forma tragicómica, el intento de continuidad familiar por la vía de su esposa, Margarita, con la que ahora pretende formar un partido político.
La falta (actual, no definitiva) de banderas atractivas y de proyecto viable en la derecha neta y sus aliados oportunistas está de manifiesto en la marcha, que no fue fifí sino fofa; en el desdibujamiento de Acción Nacional, ahora con un líder poco relevante, el michoacano Marko Cortés, originalmente del grupo de Ricardo Anaya aunque tácticamente distanciado, y en la intrascendente renuncia de Calderón y su proyecto de crear un partido de esencia familiar (sus hermanos, Cocoa y Juan Ignacio, ya habían renunciado al PAN, al igual que su esposa, Margarita).
Luego del ruidoso episodio de las comisiones bancarias y el amago morenista de reducirlas y, en algunos casos, suprimirlas, con el correspondiente golpe reactivo en la Bolsa de Valores y en la valoración accionaria de varios grupos empresariales, las ventanas más visibles del edificio de mando del partido dominante, Morena, muestran distintos escenarios.
El Jefe Máximo, López Obrador, salió a desautorizar todo proceso legislativo que en los próximos tres años pretenda modificar el andamiaje económico, financiero y fiscal de siempre. No es tal la estrategia, se ha dicho.
El compromiso es mantener todo como hasta ahora, cuando menos hasta la mitad del gobierno obradorista. A esa postura se adhirió la dirigente formal de Morena, Yeidckol Polevnski, cuya conducta política en temas cruciales no se desapega un milímetro de las instrucciones de su superior. Llegó, la exdirigente empresarial, a señalar que no es de Morena la iniciativa presentada por una senadora de Morena, Bertha Caraveo, y por el coordinador de la bancada de Morena en el Senado, Ricardo Monreal.
Como nunca en un tema importante, la postura del líder y futuro presidente de la República no ha contado con una aprobación mayoritaria y automática de sus seguidores. Muchos de ellos consideran que no puede haber una auténtica transformación del país si no se tocan, para corregirlos, puntos clave del sostenimiento del actual sistema, como el funcionamiento bancario
Por lo pronto, el tema ha sido puesto sobre la mesa. Hay quienes consideran que esa es la primera ganancia de una estrategia de mediano plazo, impulsada por AMLO en un juego de ambivalencias: asustar a los banqueros, para negociar sin imponer cambios por la vía legal. Lo cierto es que ese sistema de cobros elevados en México, mientras en los países sede esos bancos no se atreven a tanto, debe ser transformado, en primera o cuarta jugada.