Lo ha dicho en otras ocasiones, pero en tierra del neozapatismo usuario de pasamontañas el mensaje del presidente Andrés Manuel López Obrador reavivó significados: «Por eso tengo prisa, para que avancemos lo más que se pueda, que no se las pongamos fácil a los de la mafia del poder; que si ellos vuelven otra vez, que les cueste trabajo echar para atrás lo que se ha avanzado».
Tales advertencias, más la insistencia en mencionar que él no se postulará para un nuevo periodo presidencial (lo cual, hasta ahora, está prohibido por la Constitución), podrían constituir, como sospechan algunos de sus adversarios, una inducción de psicología inversa que buscaría preocupar a los futuros votantes proclives al obradorismo ante el riesgo de que la figura central del movimiento y partido denominado Morena no encabezara personalmente un esfuerzo de continuidad electoral y administrativa: del “denme por muerto” de antes de 2006 al “no me voy a reelegir” de 2019 en adelante.
Cierto es que hoy la fuerza del morenismo es apabullante y sus estrategas y operadores se plantean una estancia en el poder de varios sexenios, con Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal como unas de las pocas figuras a las que se les ha permitido cierto crecimiento acotado, y eventualmente el Verde ex gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, si finalmente entra al gabinete en una tanda de relevos.
Pero la estancia de las novedades partidistas de relevo presidencial ha sido corta: Acción Nacional sólo logró ligar dos periodos, con Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa como abanderados; el Revolucionario Institucional sólo se sostuvo un sexenio en su regreso al poder, con el abollado Enrique Peña Nieto casi como accidente político. Falta ver cuánto durará Morena como alternancia de siglas en el poder.
Por lo pronto, los equipos e intereses sustanciales de los equipos políticos del panismo y el priismo están indemnes. Se espera una acometida contra el peñismo en un plano políticamente menor, si se cumple la orden de aprehensión y se procesa al general Eduardo León Trauwitz, encargado de cuidar la riqueza petrolera durante el sexenio de Peña Nieto pero finalmente involucrado en casos de huachicoleo virtualmente institucionalizado. Hay por ahí otros amagos de acción penal contra algunos representantes menores de lo que se ha llamado “la mafia del poder”. Pero puede decirse en general que dicha mafia goza de cabal salud política.
Un ejemplo de esa lozanía, de esa condición política de intocados, se ha visto este fin de semana en una fiesta por nupcias en la que entre otros invitados estuvieron el antes mencionado Peña Nieto (quien no ha sido tocado ni con el pétalo de una crítica directa y contundente), el jeque petrolero Carlos Romero Deschamps (quien parece estar en curso de una prejubilación sindical negociada), el ex encargado del despacho de la Procuraduría General de la República, Alberto Elías Beltrán (responsable durante el último año de “gobierno” de EPN de horrores institucionales tan proclamados por Alejandro Gertz Manero), y el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo (quien disfruta de tranquilidad política, a pesar del pésimo gobierno que realiza, casi como si estuviera cumpliendo con un papel de transición rumbo a la siguiente elección, en la que Morena le releve).
También estuvieron (según publicó la revista Quién) el ex gobernador Manuel Velasco Coello, Manlio Fabio Beltrones, Diego Fernández de Cevallos, Rosario Robles, Raúl Salinas de Gortari. Y en fotografías se pudo ver al ministro de la Corte, Eduardo Medina Mora y a Aurelio Nuño, entre otros. Los contrayentes fueron Gonzalo Zavala y Mar Collado, ella, hija del abogado Juan Collado, uno de los litigantes preferidos por figuras relevantes de la política metidos en problemas jurídicos.
El presidente López Obrador, mientras tanto, desde comunidades bajo influencia o control del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, se daba prisa en avanzar en su proyecto de Cuarta Transformación. No vaya a ser que los malosos retomen el poder.-
Anunció el presidente López Obrador que se colocarán placas, en obras que sean realizadas con fondos decomisados a grupos criminales, con los nombres de los cárteles o personajes del narcotráfico o la política a los que se les quitó determinada cantidad de recursos en procesos judiciales: “Se va a repartir todo eso a todos los pueblos y se les va a poner su plaquita: esto se obtuvo del cártel fulano mengano; esto se obtuvo de lo que se le confiscó al político corrupto fulano de tal”.
La propuesta es polémica: no faltará quienes terminen agradeciendo a esos cárteles o personajes el haber aportado involuntaria pero concretamente a la realización de determinadas obras. En varias ciudades del país suelen llegar regalos en fechas festivas (día del Niño, Navidad, por ejemplo) con la etiquetación del grupo criminal dadivoso. La gente suele apreciar de manera especial tales benevolencias, de tal manera que la base social de determinados jefes criminales suele ser amplia y leal, como se ha visto en Sinaloa y Tamaulipas respecto al cártel largamente identificado con Joaquín Guzmán, el Chapo, y con el Cártel del Golfo, en las entidades antes citadas.
La Megalópolis entrará a partir de hoy a una fase de aparente normalización en materia ambiental, luego de largos días en los que al ozono se sumaron las partículas finas como formas de grave agresión a la salud de los habitantes de la amplia conurbación que tiene como cabecera a la Ciudad de México. “Normalización” no significa resolver los problemas de fondo sino continuar con las prácticas lesivas a la salud pública en tanto los indicadores negativos no se eleven de manera escandalosa./
Y, mientras los candidatos a gobernar Puebla debatían en domingo (encuentro del cual se hablará en la siguiente entrega de esta columna). ¡Hasta mañana!