A treinta y un años de su fundación, cumplidos con más pena que gloria el pasado 5 de mayo, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) vive una prolongada agonía. Virtualmente vaciado de simpatizantes, militantes, contenidos y perspectiva por el obradorismo que hoy gobierna el país, el PRD es ya un sol azteca (tal ha sido su emblema) oscurecido, apagado, intrascendente.
Ayer, por ejemplo, la directiva del Senado de la República formalizó la disolución del grupo parlamentario perredista, pues el mínimo de miembros de una fracción partidista es de cinco y hoy no cuenta más que con tres. El coordinador de esa menudencia es Miguel Ángel Mancera, quien llegó a ser jefe de gobierno de la Ciudad de México y ahora se “coordina” a sí mismo y a dos sobrevivientes, Juan Manuel Fócil Pérez y Antonio García Conejo.
En estricto sentido, Mancera no es perredista y ni siquiera fue postulado al Senado por el partido “de izquierda” sino por Acción Nacional y no por la Ciudad de México sino por Chiapas. También fue disuelta la ficción en cuanto al Partido Encuentro Social (PES), que tiene un senador más que el PRD (cuatro, contra tres del sol azteca), pero aún así no le alcanza para mantenerse como grupo parlamentario, con los privilegios económicos y prerrogativas que acompañan a tal etiquetación. El PES perdió en 2018 su registro como partido político nacional pero, aliado a Morena-AMLO y beneficiado de esos entendimientos, le mantuvieron sus “grupos parlamentarios” ¡sin partido con registro!
En la cámara federal de diputados, el PRD tiene once de los quinientos asientos (seis son de mayoría relativa y cinco de representación proporcional) y su coordinadora es la jalisciense Verónica Juárez Piña. Bueno, el PRD tampoco tiene un dirigente nacional sino una especie de colectivo que descansa en Ángel Ávila.
Y, por si algo faltara al “sol azteca”, su registro como partido político nacional está en una especie de subasta con pocos o ningún interesado, pues lo ha puesto a disposición del nuevo grupo Futuro 21, pero varios de los participantes en ese intento de frente electoral antiobradorista tienen sus propios registros partidistas. El PRD, ya fue.
De pasada, y ya que se habla de temas legislativos, ha de decirse que Morena está transfiriendo diputados al Partido del Trabajo para que este supere aritméticamente al Partido Revolucionario Institucional. Con esa maniobra, el PT quedaría como tercera fuerza política en San Lázaro, y el reglamento establece que la presidencia de la mesa directiva en el tercer año de esta legislatura correspondería a la tercera fuerza numérica. El PRI, otro cadáver político insepulto.
No había ninguna razón política o ideológicamente aceptable para regalar a Lilly Téllez una candidatura de Morena al Senado. Sólo había un cálculo electoral: aprovechar la figura mediática de la conductora de programas en Televisión Azteca para ganar en Sonora votos ajenos a la izquierda (y, de paso, para consolidar la alianza con Ricardo Salinas Pliego, que incluyó la Secretaría de Educación Pública y la dirección de Banobras, además de contratos y concesiones). Tampoco había razón válida para que Téllez aceptara ser abanderada (sin afiliarse a Morena) de un partido con el que no compartía ni comparte mayor cosa. Un juego de oportunismos mutuos, pues.
Luego de una serie de desencuentros, sobre todo en el tema del aborto, Téllez dejó el pasado 14 de abril la bancada de Morena y pasó a la condición de “independiente”. Ayer, sin embargo, se anunció su paso a los escaños de Acción Nacional y de inmediato arrancó la versión de que buscará una candidatura a gobernar Sonora por la vía de varios partidos (tal vez hasta el priismo representado por Sylvana Beltrones, hija de Manlio Fabio y actual senadora de primera minoría) y contra la propuesta morenista que podría recaer en su compañero original de fórmula para llegar al Senado, Alfonso Durazo, actual secretario federal de seguridad y protección ciudadana.