• AMLO, viendo el show
• UNAM, narco, policías
• Vargas Llosa y el “suicidio”
Transcurrió un día más de embestida política y mediática contra el panista Ricardo Anaya Cortés (iniciada el pasado 20, con una conferencia de prensa) sin el escalamiento en el proceso judicial que la dimensión de las acusaciones indicaría. Las baterías enfocadas contra el empresario clave, Manuel Barreiro; la mayor prueba en contra del expresidente del partido de blanco y azul, un video de una fiesta familiar en que se le ve en plena portación de peluca delatora; y el acusado de beneficiarse con lavado de dinero, engallado y declarante.
A contracorriente de lo que se supone estaría buscando la evidente dupla operativa PRI-Gobierno, el candidato presidencial de PAN, PRD y MC pareciera robustecido (“lo que no te mata, te hace más fuerte”, se suele colegir, al amparo de un dicho popular), con una cobertura mediática como nunca había tenido (“que hablen de tí, aunque sea mal”, es otra conseja generalizada) e incluso proveído de una flamante tarima para mostrarse justicieramente retador (“¿por qué no han actuado contra mí?”), una suerte de víctima del sistema, del mal gobierno, justamente por estar marcadamente en contra de él: ¿qué otra prueba se necesitaría para confirmar ante los ojos populares que el perseguido Anaya es realmente un político “antisistema”?
El episodio del cerillo antisistema, que hasta hace poco era explícita chispa solidaria, más bombero que incendiario, podría quedar en uno más de los manoseos judiciales del peñismo, sin más consecuencias que el mejor posicionamiento del opositor estructuralmente confiable (aunque en lo cotidiano haya roces y enconos finalmente superables). Si acaso con castigos menores, luego susceptibles de suavización, para personajes secundarios.
De no tratarse de una maniobra vitaminante a favor de un opositor transgénico, modificado a fin de darle mejores características para enfrentar el entorno adverso, el seco golpeteo contra Anaya Cortés estaría anunciando el inicio de la más desesperada etapa y, por tanto, la más suciamente agresiva, de un priismo gobernante que estaría dispuesto a abatir a sus adversarios (incluso los aceptables, como el queretano de 39 años), con tal de mantenerse en el poder, al costo que fuera.
En ambas hipótesis se estaría frente a maquinaciones que buscan frenar una candidatura presidencial que incluso ante este fuego cruzado entre antiguos aliados, el PRI y el PAN, va sentando estado público de virtualmente imparable: el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador cómodamente sentado en su butaca, con una bolsa de palomitas, degustando el espectáculo de sus dos adversarios centrales en duelo cerrado para definir cuál es más corrupto y a cuál le correspondería el segundo lugar en los posicionamientos, con una esperanza desangelada de alcanzar a ese puntero al cual ni sus errores y contradicciones parecen afectar.
Una de esas maquinaciones pretendería tonificar a Anaya, para asentarlo en un segundo lugar con posibilidades de crecer, henchido al “triunfar” ante el malvado sistema que lo habría tratado de crucificar. De no ser tal la maniobra, el ataque contra Anaya (cuyo patrimonio personal y familiar, y su forma de hacer “negocios” lo muestran muy vulnerable ante embates judiciales) sentaría un precedente para que Los Pinos se sienta en condiciones de avanzar en su faena de limpieza de terreno, emprendiendo acciones judiciales, mediáticas y políticas contra piezas de reciente adquisición de Morena (el dirigente sindical Napoleón Gómez Urrutia y la guerrerense Nestora Salgado, por dar dos ejemplos) o contra coordinadores electorales como Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal.
Cualesquiera que sean las motivaciones del caso Anaya-Barreiro, lo cierto es que el enrarecimiento de la vida política potencia sus peligros naturales. El endurecimiento del grupo que pretende mantenerse en el poder con una u otra coalición partidista, y el jugar con fuego de los presuntos maquiavelismos operados por un equipo que no ha mostrado pericia ni prudencia, son ingredientes que pueden, como lo advirtió ayer López Obrador, llevar a una desestabilización del país.
Con todos sus puntos oscuros y excesos, la Ciudad Universitaria, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es una de las zonas capitalinas más vibratorias ante injusticias o abusos de los poderes públicos. Convertida durante largos años en campo operativo, virtualmente intocable, de distribuidores de drogas, hoy está en el centro de un debate que, por una parte, reclama decisiones fuertes para impedir que ciertas áreas sigan bajo control de grupos del crimen organizado y, por otro lado, exige pleno respeto al concepto de autonomía, sin injerencia sistemática de fuerzas policiacas.
Urgente como es el limpiar de factores delictivos los espacios de la UNAM, también es imprescindible evitar que las circunstancias actuales sean utilizadas como argumento para abrir las puertas a policías y servicios gubernamentales de “inteligencia”, sobre todo si se toma en cuenta que las universidades, y en especial la UNAM, son objetivos de los estrategas postelectorales que temen desbordamientos de protestas si en julio venidero se produce otro fraude electoral.
Astillas: El literato Mario Vargas Llosa no resistió la tentación de dar consejos a los mexicanos, para que no vayan a tomar decisiones electorales “suicidas”, encomiando incluso las cosas “buenas” que considera existen en la actual realidad nacional. Lo mejor, será seguir leyendo las buenas obras de ficción del narrador… El Instituto Nacional Electoral aprobó ayer que a las once de la noche del domingo primero de julio haya resultados de un conteo rápido, para evitar incertidumbre como la de 2006. La decisión (que busca saltar la advertencia del tribunal electoral federal contra conteos imprecisos) entraña el peligro de que dicho sesgo acelerante sea invocado por los lastimados por ese conteo para impugnarlo judicialmente y tratar de deslegitimar los anuncios victoriosos de esa hora… ¡hasta mañana!