Enigmáticos entendimientos
Clave, el corredor transístmico
“Muro” pagado por México
Hay luna de miel entre Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump. El presidente de Estados Unidos, que respecto a otros países y políticos se ha comportado enfáticamente de manera necia, ventajosa, grosera e intolerante, se deshace en edulcorados comentarios respecto al tabasqueño que presidirá México.
A su vez, el político de los inusitados treinta millones de votos (30mdv) se esmera en una reciprocidad pública, a tal grado que no se ahorró la declaratoria expresa de afinidades personales e históricas con el rubio multimillonario que hasta hace unas horas era uno de los personajes más repudiados por la opinión pública mexicana. Sin reparos, López Obrador ha equiparado: “En cuanto a lo político, me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante” (¿De verdad está desplazado en Estados Unidos “el establishment o régimen predominante”? ¿Cómo tomarán los demócratas estadunidenses este alineamiento de AMLO con Trump? ¿Y, si el magnate pierde su intento de volver a ser electo?)./
Contra lo que se había manejado casi como una verdad histórica, una sentencia geopolítica inapelable, el gobierno de Estados Unidos pareció no tener mayor interés, durante el proceso electoral, en impedir que en México se asentara un gobierno progresista, populista o de centroizquierda, según se le quisiera clasificar. Ahora, a la luz de los hechos políticos, pareciera que la administración Trump vio con simpatía el ascenso electoral del creador del partido Morena./
La burbuja de felicidad binacional ha pasado por una llamada de media hora entre Trump y AMLO, que fue cordial y plena de acuerdos básicos, a diferencia de la sostenida con Enrique Peña Nieto (quien había sacrificado todo en aras de una buena relación con quien más de una vez se portó como patán con el ocupante de Los Pinos). Luego, una visita de alto nivel a la casa de campaña, ahora sede del gobierno federal virtualmente electo, con una condescendencia impensable, hasta en términos de protocolo y seguridad física de los visitantes. Un periodista del país vecino incluso aseguró que, en su círculo íntimo de trabajo, Trump se refería a López Obrador como “Juan Trump”.
Y, ayer, la contundente confirmación lunamielera: ““El nuevo Presidente [Andrés Manuel López Obrador], una persona estupenda. Conversé con él por largo tiempo en una llamada. Hizo un gran trabajo, un voto tremendo. Y tienen mucha confianza en él en México. Y eso es bueno. Estamos hablando de hacer algo muy impresionante, muy positivo para ambos países” (https://goo.gl/TLpTqM ), dijo Trump.
Las palabras del presidente de Estados Unidos, tan rijoso en otras latitudes, se produjo al otro día de que el futuro secretario de relaciones exteriores de México, Marcelo Ebrard, dio lectura a la carta que AMLO envió a Trump por conducto de Mike Pompeo, el secretario de estado que encabezó la comitiva estadunidense recientemente reunida con el tabasqueño y su equipo de trabajo.
En esa carta, López Obrador detalla, entre otros temas de política interior mexicana puestos a consideración del estadunidense, un punto de particular interés estratégico para Trump: la creación del corredor transístmico que dividirá al país desde Salina Cruz, Oaxaca, hasta Coatzacoalcos, Veracruz. Una especie de muro fronterizo como el que Trump ha prometido a su electorado que México terminará pagando: una barrera de contención del flujo migratorio centroamericano que solo podrá avanzar hasta esa franja de “desarrollo económico” que desde ahora enfrenta críticas y oposición. Rumbo a las elecciones presidenciales de 2020, cuando Trump buscará otros cuatro años de residencia en la Casa Blanca, los planes de AMLO y Alfonso Romo pueden significar un alivio significativo en cuanto a su relación con la base de origen mexicano. Nada en política es gratis, menos en la visión global del país que no tiene amigos, sino intereses.
En particular, conviene releer la parte en que AMLO relata sus planes a Trump: “Toda esa franja del Istmo se convertirá en zona libre o franca. Como es obvio, este proyecto se llevará a cabo sin menoscabo de nuestra soberanía y se promoverá con la participación del sector público, privado y social. En este caso, como en cualquier otro proyecto, se tendrán en cuenta los impactos ambientales y no se pasará por encima de los derechos de los pobladores y de los propietarios de las tierras, por el contrario, serán tomados en cuenta, consultados e incorporados como parte sustantiva del proyecto. En particular, los dueños de las tierras que formarán parte de este corredor serán invitados a participar como accionistas de la empresa que se constituya con este propósito”.
Es probable que con otro proponente, sin el bono democrático de López Obrador, este proyecto generaría una discusión intensa y una oposición activa. El corredor transístmico y las Zonas Económicas Especiales consolidan las políticas neoliberales y abrirán paso a nuevas élites de capital, en una recomposición que significará oportunidades acotadas para los habitantes de esas regiones. El virtual vicepresidente económico, Alfonso Romo, los empresarios que se han aliado al proyecto lopezobradorista y los intereses trasnacionales empujados por Washington, constituirán en el sur del país un nuevo mapa de capitales, con un proyecto político de permanencia en el poder durante varios sexenios.
Y, mientras ha fallado una tarjeta electrónica del palacio flotante en el que viaja Enrique Peña Nieto, avión que hasta ahora no encuentra quién lo compre a partir del próximo diciembre, ¡hasta mañana, con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco, advirtiendo que está en contra de la “consulta popular” sobre la construcción del aeropuerto internacional!