Se dice que la persona que más influía en el presidente mexicano Vicente Fox (2000-2006) era el último que había hablado con él. Por lo general esa persona solía ser su esposa Martha Sahagún. Felipe Calderón, en cambio, prefirió rodearse de un gabinete novato en el que él creía resplandecer para así asegurarse de que solo su voz importara.
Cada presidente escoge el círculo del cual va a recibir retroalimentación, aunque el resultado casi invariablemente es el mismo: terminan enajenados por la élite que los rodea.
¿Qué pasará en el caso de Andrés Manuel López Obrador? ¿Quién influye en él? ¿Cómo hará para formarse una opinión del estado de cosas de la nación a lo largo de su sexenio?
El soberano suele ser la persona mejor informada del reino y, paradójicamente, la más distante de la realidad que vive el resto de los mortales. Los presidentes reciben información de cada uno de los ministros de su gobierno, ven expedientes a los que pocos tienen acceso y, en teoría, son los que están adentro cuando se habla de una conversación sostenida a puerta cerrada. Por desgracia son también los que terminan viviendo una supra realidad que solo ellos experimentan.
Una y otra vez hemos visto que los presidentes pierden contacto con la vida diaria, envueltos en la nube artificial que su corte les construye.
Cuando Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón se indignaban porque el país no les reconocía los méritos de su gobierno, su molestia era genuina. Realmente estaban convencidos de que su administración era infinitamente mejor de lo que la opinión pública creía. Y cómo iba a ser de otra manera si todos sus interlocutores se desvivían en caravanas, los que les rodeaban les felicitaban calurosamente por su esfuerzo a favor de la nación, cada ceremonia pública era un recital de loas y toda descripción de los asuntos del país un inventario de leche y miel.
No es casual que todo presidente termine convencido de que el resto de los mexicanos no somos más que un atajo de desagradecidos. Porfirio Díaz se fue a la tumba en París rumiando su indignación y Carlos Salinas escribe libro tras libro tratando de explicar que no es el villano perfecto sino el estadista que nos sacó del subdesarrollo.
¿Cabe alguna posibilidad de que López Obrador sea distinto? Probablemente sea el menos maleable de sus antecesores. Treinta años de oposición y de recorridos incesantes por todo el país le han dado una idea muy arraigada de lo que él considera el paisaje urbano y rural en el que vive la mayoría de los mexicanos. Una visión que difícilmente va a cambiar por lo que alguien llegue a decirle. El presidente es un hombre de ideas poco menos que cosificadas a partir de su experiencia personal. Eso lo hace una persona poco influenciable a los halagos. Tiene colaboradores y algunos amigos, pero se concibe a sí mismo como un hombre de Estado, obligado exclusivamente por su conciencia y su responsabilidad para con el pueblo.
Justo por eso me pregunto qué efecto tendrá en él la exposición por el roce de “pueblo” que experimenta durante su paso por aviones y aeropuertos durante sus recorridos semanales (si podemos llamar pueblo a la población variopinta que puede viajar en avión). A diferencia de todos sus antecesores, los “espontáneos” que lo rodean y se le acercan no han sido convocados por sus operadores políticos.
Los Pinos solían distribuir fotografías de actos públicos en los que Peña Nieto aparecía poco menos que acosado por las mujeres que deseaban mimarlo y acariciarlo, aunque todos sabíamos que se trataba de públicos afines convocados por su lealtad al partido.
En el caso de López Obrador es distinto y se trata de una experiencia inédita en el México moderno. Los que abordan al presidente a su paso por los pasillos del aeropuerto o sus compañeros de avión constituyen una muestra al azar de la población que este hombre gobierna. La mayoría hasta ahora le aplaude y desea tomarse selfies, pero también le dicen su parecer sobre las decisiones que está tomando. Otros de plano le reclaman lo que no les gusta.
No sé si esto le ofrezca un pulso del sentir de la población como no lo había tenido un presidente y si eso modifique de alguna forma el aislamiento en el que los mandatarios han terminado su administración, monopolizados por las élites y presas de la corte que los rodea. López Obrador literalmente está oyendo a la gente; la pregunta es si en verdad será capaz de escucharla.