En el seno de las sociedades no científicas preponderantemente míticas como las del medioevo, establecer vínculos entre el fenómeno de la peste y la corrupción moral se hacían en una búsqueda de un chivo expiatorio a quien echarle la culpa para llevarlo al extremo de quemarlo en una hoguera. Pero en una sociedad como la nuestra él no entender que las enfermedades son un fenómeno legítimamente natural puede criminalizar y penalizar a quienes viven con VIH.
La historia del SIDA inicia en 1981 cuando Michael Gottieb identifico una condición inmunológica en hombres homosexuales con características comunes y raramente encontradas en otros pacientes inmunosuprimidos, pero con la creencia inicial y en una coyuntura oportunista de limitar esta infección sólo a homosexuales, el gobierno en aquel entonces de Ronald Reagan señalo que el sida era un mal y una especie de “Peste rosa”, utilizando una teoría “científica” de que existían grupos culpables y de alto riesgo siendo los homosexuales, los Haitianos, Hemofílicos y los Heroinómanos quienes cargaron con ese estigma que aun hoy prevalece a pesar de los esfuerzos que se hacen por tratar de desmentir lo que nunca fue cierto.
Si bien el VIH y el desarrollo del sida aumentaba exponencialmente por todo el mundo como un serio problema de salud pública, en México los primeros casos se presentaron en 1983 y en Quintana Roo en 1987 viéndose afectado desde entonces la población HSH (hombres que practican sexo con otros hombres), bisexuales y no solo los Gays. Hoy este término y tema no dejan de estar exentos a polémicas cuando de ellos se habla, refiriéndose a formas de comportamiento y a la sexualidad.
Por lo que considero al igual que usted mi estimado lector, que las personas debemos de tener la libertad de elegir nuestra orientación e identidad sexual o genérica, por lo que impedirlo constituye una grave violación a los derechos humanos.
Si inicialmente el VIH y el sida parecían ser una enfermedad limitada a un país y a un grupo humano muy específico, hoy a los homosexuales, los gays como las personas trans, no debemos seguir estigmatizándolos al tratarlos como enfermos, anormales, promiscuos y/o pecadores. Y si bien las tasas de incidencia actual y los nuevos casos se están registrando en ellos, lo menos que podemos es permitir es el que se les criminalice y continúe señalándolos como culpables de esta infección.
Por qué no mejor cambiemos esta percepción que no ayuda y sumémonos a una estrategia compartida que haga un lado mitos y absurdos que no permiten darse procesos preventivos, ni de detección oportuna para la incorporación de los nuevos casos que hoy se están dando también en hombres y mujeres.