El tuerto secretario de Gobernación, el hidalguense Miguel Ángel Osorio Chong, declara que debe difundirse la paz bajo la cual transcurre la vida de México. Una falacia monumental si consideramos que existen más de cien grupos armados distribuidos por todo el país además de la creciente protesta popular marcada, por desgracia, por quienes incitan a una revolución armada basada en la filosofía de Villa y Zapata en tiempos en donde era factible, con la sola toma de Ciudad Juárez en 1911, mandar al dictador, Porfirio Díaz Mori, a volar. No hay quietud sino una oleada cargada con la pólvora del rencor.

Pero Osorio insiste, en su loca carrera hacia una candidatura presidencial condenada de antemano salvo si se preparan condiciones de excepción –como desean los operadores de Washington–, en una paz inexistente y en controles inexistentes, acaso tan vulnerables como la propia posición del gobierno ante el gigante norteamericano. Si de verdad la situación está despejada, entonces sobrarían las explicaciones; como no lo está se cae en la falacia para intentar desviar la atención general hacia espacios inexistentes.

Osorio se equivoca. Y no exhibe su verdadero juego: sólo podría aspirar a la Presidencia, de verdad, si llegamos al clímax antisocial de un “estado de excepción” como preámbulo al “fallido”, esto es en donde el gobierno pierda su capacidad de fuerza a manos de grupos con mayor potencial de fuego –con la soterrada ayuda de la embajada estadounidense–. Es, sin duda alguna, uno de los peores momentos para México, lacerada su soberanía bajo el flagelo de la corrupción y la traición más descaradas.

¿O acaso es el umbral de un retorno hacia los gobiernos militares –que cesaron en 1946–, con tintes de grotesca dictadura? La descomposición política en las naciones más desarrolladas de Latinoamérica –Argentina y Brasil sobre todo–, exhiben cuáles son los hilos conductores de la gran patraña.

Publicado por
Redacción Quintana Roo