De media le dan 18 meses a Donald Trump para continuar al frente de la Casa Blanca, aunque él ya tiene hasta su eslogan en aras de una nueva candidatura porque no quiere cuatro sino estar ocho años dirigiendo los destinos de Estados Unidos… prácticamente de la aldea global.
Ayer en Madrid asistí al IV Encuentro Anual para Chief Investment Officers dedicado a analizar el impacto de la incertidumbre política en los mercados y vaya que la geopolítica está convirtiéndose en la piedra angular, al menos en el corto plazo, sobre todo para asesorar las decisiones más inmediatas relacionadas con las piezas de ajedrez del gran tablero de la economía global. Para Iván Redondo, analista político, a Trump el escenario interno en Estados Unidos podría complicársele muchísimo tanto que en menos de dos años podría sucederle un impeachment (a lo Dilma Roussef) con las calles norteamericanas incendiadas de gente protestando contra él y su forma de hacer política; y en menoscabo de media aldea global volteada de cabeza ante sus provocaciones. El magnate es un provocador en potencia, es la clásica persona a la que le pides paz y te manda como negociador a quien remata los cadáveres; va de “matón al natural”. Ya no está siendo el mero asunto coloquial del día, la sorpresita inesperada como el Brexit, es la pretensión malsana de intentar gobernar el mundo, el universo entero, sentado en la silla con el botón de mando a un costado y con el teléfono en la mano izquierda hablando con un pull de líderes mundiales a los que les dice una sarta de estupideces. Porque Trump tiene el NO tatuado en la boca, el pronto de negatividad, todo lo que significa romper el viejo esquema, el orden preestablecido de las cosas le parece fenomenal; el resto hay que derruirlo según su visión taciturna.