Es una tristeza percatarse por parte de los ciudadanos, que muchas veces los oficiales se encuentran dentro de las patrullas pegados a sus celulares, que ni siquiera se encuentran atentos al cien por ciento de lo que sucede en su derredor.
Que en las esquinas se perciben postrados cuál incapacitados, ya que se encuentran más pendientes por chatear, que pareciera que se fijan más en la posibilidad de obtener una ganancia ilegal, que se les sorprende desayunando en horas de trabajo sin ningún problema, que se les agarra infraganti echándose una dormitada como si no pasara nada, que se les visualiza con sobrepeso, incapaces de alcanzar a los criminales; se piensa que carecen de estrategias y líderes para defenderse, y pasan a ser entonces del montón, una masa inerte que se mueve uniformemente y que jamás dejará huella de manera alguna.
Hay que añadir la falta de pericia pues muchas veces carecen de estudios en licenciaturas de la criminalística y criminología, y es que una gran mayoría se han forjado a piedra y cincel para estar en el puesto donde están, sin ningún rigor académico.
Sorprendente resulta saber que la gran mayoría de los homicidios consumados no tienen claras líneas de investigación, que se convierten en una madeja de suposiciones que no llevan a nada positivo, donde la frase clásica es: “Estaban con el crimen organizado”; que no hay laboratorios donde llevar a cabo investigaciones claras, que existen aparatos con tecnología de punta guardados en las instituciones correspondientes y nadie sabe utilizarlos o no se tienen los químicos necesarios para poder esclarecer huellas, esencias o cualquier evidencia recogida.