Cuando Marine Le Pen, hija de Jean Marie, -los rostros más emblemáticos de la ultra derecha radical pro fascista de Europa (no sólo de Francia)- se anticipó al mundo congratulándose del triunfo de Trump mucho antes de que se confirmaran los resultados, uno pudo imaginar el ansioso jolgorio brincando en las cabezas de los derechistas de todos lados. Especialmente en la de los estadounidenses que están lamiéndose los bigotes esperando que les suelten las amarras.
Los agresivos grupos de extrema derecha aria, en crecimiento pero contenidos hasta ahora, ya sacaron la cabeza. El discurso xenofóbico, racista, discriminatorio de Trump suena a campanitas navideñas en sus oídos. Algunos empezaron a actuar de una vez con su vandalismo característico para ambientar la transición y poner a prueba a quien esperan funja como su guía. “Haz a América blanca otra vez” rezan sus imploraciones guerreras en las bardas.
Lo más preocupante es que la contaminación excluyente está llegando a los niños y despertando en las escuelas. La fraternidad infantil multiclasista y plurilingüe está en riesgo. Algunas calles, plazas y rincones norteamericanos serán doblemente frustrantes y peligrosos para latinos, islámicos, afros, judíos, asiáticos, mujeres.
Con Donald Trump no puede haber equivocaciones. Su actitud resbalosa, imprecisa y contradictoria genera la sensación de incertidumbre: como puede ser, puede que no. En primera instancia confunde. Pero su eje argumental populista de derecha radical lo delata. No es el primero y ya debiéramos saber identificarlos. Los de su estirpe han causado mucho daño a quienes influyen e impactan; algunos a la humanidad entera. Éste tendrá en sus manos un juguete con demasiada potencia.