Parece una contradicción pero no lo es: estamos en la recta más curva de todas las finales entre aspirantes a la Presidencia de los Estados Unidos, minada desde hace ya varios cuatrienios, con posibilidad a una sola reelección, por los enjuagues de Florida y Ohio. Bush junior, por ejemplo, fue superado por los votos uninominales pero ganó gracias a los conteos estatales y al controvertido sistema estadounidense que posibilita la victoria con sólo 270 “votos electorales”, suprimidos los del adversario en cada estado en donde no gana, aunque millones sean borrados.

En esta ocasión, la política lópezobradorista comenzó a exportarse, sin que ello signifique crítica alguna sino recuento de acontecimientos y posturas. Recuérdese que Andrés Manuel juega ahora por tercera vez con las mismas reglas con las que ha sido vencido dos veces anteriores y sin exponer cómo garantizará, lo que no hizo ni en 2006 ni en 2012, los sufragios que se emitan a su favor, máxime su delantera indiscutible, por ahora, similar a la registrada en 2006 y muy por encima de la de 2012, cuando pocos creíamos, al principio de la contienda, en una remontada como la alcanzada finalmente.

Pues bien, el señor Trump alega lo mismo ahora que se siente perdido y en fase de perder sus otrora privilegios de alto standing. Dice que se prepara un fraude en su contra y asegura que Obama ganó así sin recordar que, en 2008, fue candidato opositor y los controles oficiales estaban en manos de los republicanos, como los mafiosos señores Bush, padre e hijo, capaces de revirar como le hicieron al apocado Al Gore en 2000.

Nadie metería las manos al fuego por la limpieza comicial en el norte; pero, la realidad, es que quienes se postularon sabían, de antemano, cuáles son las reglas y cómo enfrentarlas y cumplirlas aunque, en realidad, deje mucho que desear la “democracia”.