El general Eduardo Bahena, tan serio, tan callado habitualmente, tan instalado en el bajo perfil, contaba cosas, hazañas, anécdotas de nuestros tiempos coincidentes en estado mayor presidencial, en la fuente de presidencia, en nuestros viajes y desafíos.
¿Me incomodaba? Al contrario, me divertía recuperar los recuerdos. El secretario de gobierno, Francisco López Mena se reía. La palapa de casa de gobierno estaba llena, y como es habitual desde hace varios sexenios habían puesto sobre las mesas galletas y queso crema.
Otros compañeros permanecían callados. Lejos del protocolo social que obliga, mínimo, a presentarse. Como somos, me incluyo, monstruos que debemos ser reconocidos por todos permanentemente. Ignacio Reina junto a mí, un poco fuera de lugar porque no vive en Chetumal, lo que lo convertía en ajeno a los usos y costumbres locales.
La invitación había pedido, exigido, que los periodistas se presentasen entre ocho y nueve de la noche, no más tarde. Con lo que habían conseguido una cierta puntualidad. A diferencia del año pasado, una de las bienaventuradas diferencias, había cervezas y ron y whisky. Justo como una posada, celebración navideña.
Alejandra, la jefa de prensa de López Mena, iba elegantísima, estilo del Norte, con tacones y hasta brillo en el maquillaje. Otras compañeras llevaban pantalón de mezclilla con cierto aire de los años setentas, muy pasado de moda, queriendo ser “contestatario”.
El gobernador, Carlos Joaquín, llegó saludando. En su estilo, fuera de toda distancia, abierto, cálido, abrazando, deteniéndose a las fotografías, escuchando peticiones. Porque la mayoría ahí presente aprovechó, otra vez estilo Chetumal, para sacar su lista de pedidos al gobierno. De dónde, obvio, Yohanet Torres, era la más solicitada, saludada, requerida…
¿Por qué una “posada” con los periodistas? De entrada por la convivencia. Porque es difícil coincidir socialmente en el día a día del ejercicio del poder con quiénes viven de reseñar, escribir, cuestionar esa realidad. Y por la democracia. Por la verdadera cercanía de Carlos Joaquín con la gente, en este caso con “sus” reporteros. Que vaya que son, somos, muchos. Y eso que solamente estaban presentes los del “Sur”.
Lo mejor era la paciencia del gobernador, que a instancias de Haide Serrano se levantó a bailar con una reportera. Y que toda la noche platicó, escuchó, atendió, tuvo espacio para quienes se le acercaron mientras sus ayudantes le traían una Coca Cola detrás de otra. Ni siquiera demostró cansancio.
Más que el buen sabor de boca, deja establecida la voluntad de mantener una relación abierta con los reporteros, que es mucho más de lo que podrían imaginar varios gobernadores…