En días pasados se publicó en medios nacionales que existe una orden de aprehensión contra el general Bibiano Villa, ex secretario de seguridad pública al inicio del gobierno de Roberto Borge.
¿Me alegré? Digamos que me sentí arropada por la existencia de lo que muchos llamamos “justicia poética”. Es decir, por la inmanencia de que todo lo malo que haces se paga, tarde o temprano. Por las leyes del universo que afirman que todo tiene un efecto.
¿Qué tiene que pagar Villa? La ceguera producto de su ensorbecimiento, que se tradujo en omisión, también en corrupción consentida. Pero eso, en verdad, es más responsabilidad de Maritza López, la subsecretaria intocable que manejó todo el dinero durante todo el sexenio. Sin cortapisas.
Sentirse poderoso, necesario porque el gobernador lo utilizaba para espionaje telefónico, hizo que Villa perdiese el piso.
Yo me enfrenté a él desde los primeros días. Tal vez desde antes cuando proporcioné nombres de otros generales al gobernador electo para ese puesto. La primera confrontación vino por la protección que quiso darle al primer director de la cárcel de Chetumal que nombró, aquel que permitió que un interno quisiera escaparse dentro de una inmensa maleta. Hazmerreir mundial.
Su tesis es que el director había evitado la fuga, la mía que había permitido la entrada injustificada de la inmensa maleta. Y se fue. A partir de ahí le estorbé.
Sobre todo, por las cárceles. Porque era el ámbito en que la corrupción llegaba directo a él, sin pasar por Maritza. Y de ahí venía su protección a los internos que controlaban los negocios adentro. Los que yo, con apoyo de Ricardo Tejeda, de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, del mismo Patricio Patiño, quitábamos.
Memorable aquella mañana, para vergüenza nacional, anécdota repetida hasta el cansancio, en que Tejeda llevaba al líder del autogobierno de la cárcel de Chetumal para su traslado a un penal federal, y el propio Villa llegó al aeropuerto para “rescatarlo”. Es decir, a un reo. Y Tejeda consiguió el apoyo del piloto del vuelo comercial para evitarlo… con mi apoyo.
¿Cuántas veces renuncié? Dieciséis. Hasta la definitiva por el tema de los gallos de pelea, que fui a sacar personalmente de la cárcel de Chetumal… cuando el director me escondió el lagarto que era mascota del mismo líder del autogobierno que Villa había conseguido que regresara.
Ahí está el desfiguro de la frustrada captura de “El Español”, ahí están los exabruptos de Villa, y mis intentos, institucional que me pensé, para intentar compaginar, mantener un equilibrio por petición del gobernador y cambiar la realidad.
A mi salida, entrevistada por un programa de radio, o sea consta en grabaciones, afirmé que me había derrotada la corrupción consentida, una realidad que hoy parece darme la razón con la posibilidad de que Villa tenga que rendir cuentas.