Suegras, cuñadas y comadres. Les pregunto ¿En verdad hay algo qué celebrar en los 47 años de Cancún?
Quizá lo único rescatable sería la forma en que esta ciudad ha soportado tanta corrupción, tanto saqueo, tanta irresponsabilidad, y ahora tiene que lidiar contra tanta violencia.
Y aún así sigue palpitando.
Pero ¿hasta cuándo? Es la pregunta que nos hacemos muchos, y peor ahora con la amenaza latente del gobierno de Estados Unidos de aplicar una alerta para que su turismo no venga a este destino.
Sin embargo, la triste realidad es que no hay nada qué festejar en una ciudad que no ha logrado cuajar ni siquiera una identidad propia, y por el contrario, sigue siendo conformada por gente desunida que sólo ve por sus intereses, empezando, históricamente, por sus autoridades y me refiero a la federal, a la estatal y a la municipal.
Pareciera que no quiero a Cancún, pero es todo lo contrario, porque lo amo no puedo soslayar todos los problemas y vicios a los que lo han llevado y como verdadera pionera, con 44 años de vivir aquí, me siento con la calidad moral para decir esto, ya que soy testigo de los pasos acelerados con los que se ha ido degradando.
Y lo peor del caso es que no se ve una luz en el horizonte, pues sigue creciendo de manera desordenada, construyendo casitas que sólo generan personas resentidas, familias desbaratadas y una sociedad como la que hoy vemos.
Hace unos meses del presidente Enrique Peña Nieto dijo que en materia de petróleo, la gallina de los huevos de oro “se secó”, y en el caso del turismo, en ciudades como Cancún, va por el mismo camino, no se han hartado de darle de patadas.
Pero a pesar de ello, sigue vivo.