Es de apreciar que los temas de interés general sean reflexionados y debatidos abiertamente; que se ventilen con datos, análisis y propuestas. Incluye airear los dichos y los hechos de personajes públicos que, por su condición, están expuestos a esa eventualidad. En una sociedad abierta no es opción evadirlo, como no lo es que existan periodistas y líderes de opinión perseguidos, desterrados o eliminados por el hecho de cumplir con su trabajo. El autoritarismo también se mide por el tamaño de la mordaza.
En Quintana Roo venimos saliendo de una obscena temporada sexenal de cerrazón en la que decir y escribir de manera libre e independiente lo que se piensa era causal placentera para el juicio sumario del verdugo inquisidor. Con uso y abuso del dinero público (cuyo origen y destino es parte del debate actual) se ahogó la voz crítica y la letra analítica, cuando no se distorsionó la percepción de la realidad misma, acallando y mancillando la libertad de expresión de manera sistemática.
El cambio circunstancia es notorio. Al tenor del relevo de gobierno estatal se tropiezan consigo mismos los amnésicos que brincan de bando sin rubor dando clases de moral y de lealtad improvisada, a la vez que se reinventan los desbocados críticos sin autocrítica.
En contraste con el reciente ayer, hoy el no dinero oficial ha puesto muy ágiles y beligerantes a voces y teclas que en esos tiempos no se atrevieron ni a pensar diferente a la voluntad oficial por mera conveniencia. De la ausencia de crítica hacia los excesos gubernamentales pasaron a los apasionados excesos de la crítica militante. Como quiera que se le vea, es preferible esta nueva ola que aquella parálisis encriptada. Con todos sus bemoles y riesgos.