Dicho en crudo: en México da poder el abstencionismo y comprar votos por hambre. El invento es de patente priísta. En sus mejores tiempos se aplicaba dentro de una política corporativa y asistencial de Estado que todo lo absorbía. No había competencia. Para cuando llegó ésta, las campañas despenseras y de dádivas tomaron carta de naturalidad, incluso para las oposiciones, principalmente de izquierda.
Lo que ha hecho y perfeccionado el Partido Verde en este rubro es un portento de eficiencia emprendedora y administrativa. El alumno ha superado con creces al maestro. Se acerca al punto de lograr el principio grotesco de una despensa igual a un voto (multiplicado). Algo así como una maquinita bien programada y ajustada a la que se le ponen los pesos necesarios para que arroje representantes electos.
Este mecanismo puede ser capaz de hacer gobernante o legislador prácticamente a cualquiera, sin importar liderazgo, recelo público o anonimato. Se prepara y funciona independientemente de las rutas de campaña, con manuales de operación precisos y evaluaciones al punto. ¿Alguien vio agobiados a los candidatos verdes en Benito Juárez, su objetivo prioritario? Más bien, ¿alguien los vio?
La maquinita funciona pero no es infalible. La elección también demostró que cuando la sociedad se decide a participar masiva y autónomamente no hay compra que valga. ¿Por qué, entonces, en Benito Juárez pudo más la máquina extorcionadora que la participación de la gente? La respuesta estriba en el tipo y forma de oferta política que las otras opciones le presentaron a los electores libres. No es casual que haya tenido niveles de participación por debajo del 50%, comparado con otros municipios que llegaron al 70.