Cada día tengo noticias, más alarmantes, del maltrato a mexicanos en los Estados Unidos. En algunas cafeterías, por ejemplo, manadas de racistas increpan a los turistas mexicanos, ya no sólo a quienes suponen “indocumentados” como si tal fuera una condición para bestias de carga sin el menor humanismo –digamos que la filosofía verde bajo la versión de los trompudos de Trump–, los afrentan y los persiguen.

Sólo algunos, como una valiente dama, responden y ponen en su sitio a los xenófobos(as) envalentonados bajo el cobijo de las políticas discriminatorias del “pato” Trump y sus secuaces a quienes, por fortuna, no siguen los alcaldes de Nueva York, Chicago y Los Ángeles, quienes sí saben la utilidad del trabajo de los emigrantes mexicanos y el ahorro que les provee el mismo, más barato que ninguno otro y suficiente para convertir a las remesas en la fuente de ingresos más importante para México desde el exterior.

Y, claro, la xenofobia tiene efectos colaterales. Se exigirá a los mexicanos para viajar a Europa una “visa exprés” con costo de cinco euros. Estamos esperando que la Cancillería anuncie idéntica medida para los europeos que nos visiten o estén listos a explotar minas, bancos, transportes, energía, etcétera. Cuando menos, reciprocidad elemental que no caería mal al erario.

El manejo de las imágenes sobre México ha sido letal para el país. Por ejemplo, la del indito bajo su sombrero, adormecido y ocioso, se ha convertido en casi un símbolo para quienes se burlan de nosotros. ¿Y qué hace al respecto la Secretaría de Turismo? Exaltar un juego de fútbol americano en el Estadio Azteca, para promover a la liga norteamericana y promocionarla a costa de nosotros.

Como alguien me dijo en España hace años: “los peores anunciantes de su país… son los mexicanos”.

El desahogo de frustraciones se vuelve contra nosotros.