El futuro se nos fue de las manos. Sin pretender asumir más responsabilidad que la que personalmente corresponde, la que sea, debo reconocer que el presente que le estamos dejando a nuestros hijos es más incierto y peligroso que el que heredamos de la Segunda Guerra.
Me refiero en el planeta, claro, porque vale, y no sólo a lo que sucede en la cuadra de la casa.
Si trato de hacer el ejercicio prospectivo de imaginar el futuro con Donald Trump por un lado y la Jihad islámica por el otro el ánimo apenas me alcanza para adivinarlo divertido.
El caldo de cultivo parece sobradamente nutritivo para que ya sean ¡por fin! los malos quienes ganen en todas las películas y controlen todos los gobiernos. Los malos que empuñan y disparan las armas contra quienes no las tienen, porque quienes las fabrican siempre ganan.
¿Quiénes son, por cierto, los fabricantes de todas las armas?
La combustión interna y las armas tienen entretenida a la audiencia.
Para explicar al mundo, si acaso te interesa entenderlo un poco, sigue la ruta del dinero, el petróleo y las ojivas.
No perdamos la capacidad de asombro, de indignación y de acción, claman algunas voces sensibles, pero el hecho es que abruma el alto grado de incertidumbre y conflictividad para que la piel social ande cubriéndose de cocodrilo.
No hay autoexilio posible. No hay escape por fuga.
La solución -porque alguna tiene que haber ajena a todo suicidio- sigue siendo la misma: resistir con el arte y la cultura. Preparar. Educar. Darle espacio y resguardo a la ciencia. Pensar.
Empezar por pensar libre de las ataduras de la línea homogénea. La creatividad es el nicho de la resistencia.