Por más que la administración de Enrique Peña Nieto buscó mantener en la opacidad los detalles delicados del involucramiento de Emilio Lozoya Austin, quien fue el primer director de Petróleos Mexicanos de este sexenio, en el escándalo de sobornos a funcionarios de diferentes países por parte de la firma brasileña Odebrecht, ayer fue publicada en diversos medios una investigación (bajo las firmas de Ignacio Rodríguez Reyna y Alejandra Xanic, de Quinto Elemento Lab) que confirma de manera contundente los bocetos previos de corrupción en lo alto del poder político mexicano (videocharla astillada sobre el tema: https://youtu.be/7Y5RnD2Mdl8 ).
La revelación de los entretelones de una de las tantas operaciones corruptas en Petróleos Mexicanos no puede asumirse como sorpresiva o incomprensible en los niveles donde se decidió, en 2012, nombrarlo como responsable de la gallina de los huevos de oro que iba a ser sacrificada en aras de una apertura “reformista” a comisionables negocios de fábula.
Lozoya fue designado en Pemex por ser quien era y por hacer lo que sabidamente hacía: su padre, Emilio Lozoya Thalmann, había sido miembro del grupo político de los jóvenes Manuel Camacho Solís y Carlos Salinas de Gortari y, en el gobierno de éste, fue director del ISSSTE y secretario de energía. El propio Lozoya Austin era, tres meses antes de tomar posesión en Pemex, miembro del consejo de administración de la vertiente mexicana de OHL, la firma de matriz española tan abundante como impunemente involucrada en acusaciones de corrupción de altos vuelos y de financiar campañas electorales, entre otras, las del propio 2012 en México, en la que Lozoya Austin era, desde enero de ese año, vicecoordinador de vinculación internacional de la campaña de EPN al mismo tiempo que consejero de OHL.
A propósito, este sábado el PRI se declaró el partido anticorrupción y comenzó el proceso de instalar muletillas propagandísticas rumbo a los comicios de 2018, reiterando que a México le va bien cuando le va bien al PRI (y, ha de suponerse, cuando le va bien a Lozoya y a sus jefes; por cierto, a Emilio lo sustituyó un concuño de Carlos Salinas).
El intento de cambio de ropaje, para participar en la pasarela del año que entra, incluyó una reforma estatutaria que permitirá al PRI postular como candidatos a ciudadanos que no tengan militancia, pero sí expresen simpatía con los objetivos del tricolor y tengan un perfil electoral competitivo. A causa de tal apertura, José Antonio Meade Kuribreña, el secretario de hacienda que no está afiliado a ningún partido, fue la figura más solicitada en la aparatosa ceremonia de clausura de la asamblea nacional priista, sólo superado (ampliamente) por Enrique Peña Nieto, quien convirtió el acto en una suerte de autohomenaje e inicio de temporada de despedida (hay una videocrónica astillada del acto, en https://youtu.be/0Echw0WFM2g ).
A contrapelo de lo que sucede en las calles del país, y de su propia valoración tan baja en encuestas de opinión, Peña Nieto se mostró exultante en la mencionada asamblea priista, al grado de cambiar el saco tradicional por una casaca roja (Calderón se hizo cliente de los caricaturistas con su holgada casaca militar), como símbolo indumentario del inicio de la guerra electoral contra el caudillismo y el populismo.
El consejo estatal de Morena en la Ciudad de México decidió, por votación de sus integrantes, que sean Batres Martí, Monreal Ricardo y Sheinbaum Claudia quienes sean considerados en una encuesta de opinión pública para definir quién tendrá la estratégica candidatura a gobernar la capital del país.
Recurrir al método de las siempre cuchareables encuestas se debe a la imposibilidad de que hubiera un consenso entre los aspirantes y, a pesar de que los tres participantes se deshacen en declarar que no hay riesgo de fractura, esta posibilidad se mantendrá en la medida en que sea más evidente la confrontación entre dos polos, el que encabeza la jefa delegacional de Tlalpan, Claudia Sheinbaum Pardo, considerada la favorita del jefe máximo del partido y apoyada de manera evidente por el núcleo más cercano a éste (incluyendo figuras familiares, cada vez más poderosas), y el que encabeza el jefe delegacional de Cuauhtémoc, Ricardo Monreal, exgobernador de Zacatecas y operador político con peso propio, aunque, hasta ahora, siempre en consonancia con la dirección unipersonal de Morena, aunque no en los grados de adhesión que practican otros segmentos de esa organización.
Otro de los encuestables, Martí Batres, podría resultar beneficiado en un escenario de confrontación extrema entre los grupos de Sheinbaum y Monreal. Un cuarto aspirante, el senador Mario Delgado, quedó fuera del ejercicio de demoscopía (Delgado, hombre de los dineros con Marcelo Ebrard, ha sido la avanzada de éste en el proceso de reincorporación a Morena, proveniente de una larga estancia en el extranjero).
La intensidad de la pelea por la candidatura capitalina corresponde a la importancia de la plaza y a la aparente garantía de que Morena arrasará en la CdMx pero, sobre todo, al carácter de presidenciable que adquiriría quien la ganara (sobre todo, Monreal, que empezaría a construir su candidatura hacia el 2024 desde el primer día en que llegara al mando capitalino).
Y, por si faltara carga explosiva, la candidatura capitalina está atada al proceso de sucesión en la presidencia de Morena que se podría complicar para el interés tabasqueño si López Obrador no gana la presidencia de la República en su tercer intento (recuérdese que el proceso de arrebato del poder en el PRD, entre AMLO y el entonces jefe político máximo, Cuauhtémoc Cárdenas, inició la misma noche del dos de julio de 2000 en que aquel celebró su victoria como jefe de gobierno y el segundo se fue a casa, derrotado).
Y, mientras el discurso de odio de Donald Trump (con su contraparte de ambigüedad condenatoria) es repudiado en Washington y Nueva York, a causa de los criminales repuntes racistas en Charlottesville, ¡hasta mañana!
(Julio Hernández López)