El mundo está entrando, ya de lleno, en una de esas etapas de locura que nadie entiende pero cuyos efectos suelen ser devastadores. De vez en cuando, bien lo sabemos, surgen personajes como Napoleón y Hitler –profetizados por Nostradamus acaso porque era un buen psicólogo de masas–, al estilo de Nicolás Maduro, Fidel y Raúl en su decrepitud y Arturo Mas, el presidente de la llamada Generalitat de Cataluña en donde se sienten más vanguardistas que Gaudí por el sólo hecho de haber nacido en la misma tierra. Pobrecillos de quienes, sin argumentos válidos, salen a las calles a clamar lo que son incapaces de explicar y demostrar; o se infiltran, como en México y Madrid, para desvirtuar los movimientos multitudinarios fundamentados en el dolor cívico.

En Venezuela, cuando estaba enfermo Hugo Chávez –de cáncer terminal que pretendió ocultar como lo hacen hoy en México–, quien decía ser, nada menos, “el corazón” de su patria –en nuestro país hay falsos visionarios que también se lo creen pero son más pudorosos hasta ahora–, advirtió sobre una “guerra civil” si perdía las elecciones porque sólo así podría defender la “revolución bolivariana”; esto es: la democracia comienza y termina donde fija el jefe de Estado con sus afanes reeleccionistas y sin importar los serios niveles del mal que no revierte con todo y las intervenciones de los médicos cubanos al servicio de la Corona, perdón, del gobierno de los Castro.

Hace dos años y poco más, el presidente Peña dio por terminada, según cree él, la República Federal para dar paso a otra Central, siguiendo los burdos pasos de Antonio López de Santa Anna; con ello, para darle alguna congruencia histórica, algunas entidades federales debieran renunciar a formar parte de la misma porque se han roto los hilos conductores de la Constitución de 1917 que sostiene los principios de soberanía de los estados y autonomía en cuanto a los municipios.

Publicado por
Redacción Quintana Roo