El hasta hace dos días director de Tránsito Municipal en Benito Juárez, Juvenal Reyes Marrufo, había corrido con una suerte endiablada a lo largo de dos administraciones municipales. Desde la de “Greg” Sánchez que lo tuvo al frente de la cárcel municipal de Cancún, hasta la saliente de Paul Carrillo donde manejó el polémico Centro de Retención Municipal conocido como “El Torito” y después la dependencia encargada de la vialidad en el municipio.
Dos cosas le sobraron a Juvenal en todas esas posiciones: las oportunidades para hacer negocios redituables y el “padrinazgo” infaltable de alguien muy arriba que siempre veló porque se le dieran todas las facilidades, tanto para hacer su trabajo oficial, como el extraoficial, que aseguran se enfocaba en la recaudación de recursos que muy pocos sabían a dónde iban a parar.
Como director de “El Torito”, lo señalaron de encabezar una mafia de abogados que hicieron pingües negocios con la venta de amparos a conductores detenidos por manejar en estado de ebriedad en el programa “Conduce sin Alcohol”, contraviniendo el objetivo primordial de éste, que era el de abatir los índices de accidentes automovilísticos por dicha causa. Los amparos se cotizaban en 7 mil, 3 mil y en mil pesos el más barato, y si sacamos cuentas de que eran 100 ó 200 los arrestados cada fin de semana, ya podemos calcular el tamaño del bisne.
Antes, como titular del penal de Cancún, no estuvo exento de escándalos. En el 2006 presuntamente fue “levantado” por un grupo del crimen organizado y en el 2007 le estalló en las manos uno de los motines más violentos de que se tenga memoria, que dejó tres muertos y una treintena de heridos, como consecuencia del mal calculado traslado al Cereso de Chetumal de un capo que le resultaba incómodo.
Del gobierno perredista de “Greg” Sánchez saltó con facilidad al priista de Paul Carillo, quien a regañadientes lo aceptó en “El Torito” y después lo movió a Tránsito, donde se manejó independiente y ni siquiera le reportaba al secretario, Jaime Ongay pues, se jactaba, él sólo acataba instrucciones de “más arriba”.
La racha de la buena fortuna se le acabó desde el 9 de septiembre pasado, cuando enfiestado con esa mezcla peligrosa de alcohol y de sobrada seguridad del poder que ya para entonces sabía continuaría en el gobierno verde de Remberto Estrada, donde ya había sido recomendado, agredió y encañonó al director de Turismo municipal, quien no sólo resultó ser un compañero de trabajo sino, también, el hijo del que 15 días después se convertiría en el poderoso secretario general del Gobierno del estado.
Remberto cumplió el compromiso y lo ratificó en el cargo. Pero después hizo lo que la conducta correcta y la legalidad de un gobernante exige: destituirlo, pues alguien con esos antecedentes y esa proclividad a la violencia, no es bueno para un gobierno naciente que desde el primer día advirtió que no toleraría abusos ni corrupción.