“Persuasión de humano a humano, de corazón a corazón, eso va a llevar a la gente a convertirla en la primera presidenta del país”, declaró hace un par de meses el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, sobre las posibilidades de que Hillary Clinton se convierta en la primera mujer que llegue a la Casa Blanca.
Aún no se había estrenado en México La Purga III: Año de elecciones, pero ya en cartelera nos recordó cómo el cine, desde que era mudo (Charles Chaplin), ha sido un eficiente instrumento para difundir ideologías y propaganda política.
Bajo la política de coyuntura, esta última entrega de la saga de James DeMonaco atiza, entre el terror y el suspenso, la polaridad entre los candidatos a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump e Hillary Clinton; el primero, como una amenaza a los valores más fundamentales de la humanidad, ya no tanto a la democracia; y la segunda, como la esperanza, más que opción, para la sobrevivencia de la mayoría.
En algunas secuencias la propaganda institucional es evidente; en el mundo que difunde Universal Pictures el slogan del régimen es, por ejemplo, Keep America great (Mantén América grande), muy parecido al del candidato republicano: Make America great again (Haz que América sea grande de nuevo). Incluso este lema, impreso en la campaña de Trump, fue replicado por Bill de Blasio con la frase Make America fair again (Haz que América sea justa de nuevo).
Coincidencia es que De Blasio haya sido jefe de la campaña de Clinton para el Senado en el 2000, y que la protagonista de esta cinta, Charlene Roan (Elizabeth Mitchell), sea una firme senadora que se opone a la política de “depuración” de las minorías para preservar la grandeza económica de aquel país.