“El uso de energía solar no ha sido desarrollado porque la industria del petróleo no posee el sol.” Así de enfática, la izquierda norteamericana centra sus propuestas en revertir los desastres económicos, ecológicos y sociales causados por las grandes corporaciones, sean energéticas, mineras, financieras, alimenticias y, sobre todo, armamentistas. Los gobiernos Demócratas y Republicanos se deben a ellas y, sin distingos, están a su servicio estimulando guerras en distintas partes del mundo, a la vez que laceran las condiciones de vida y los derechos humanos de los estadounidenses.
Con ese diagnóstico la oposición se está agrupando para las próximas elecciones en torno al programa de Jill Stein, candidata presidencial del Partido Verde.
Se suman Demócratas inconformes con Hillary Clinton, autodenominados “progresistas populistas” en contraposición con los “políticos corporativos”.
Poner fin a las guerras y los ataques con drones, cortar el gasto militar en al menos un 50%, cerrar las más de 700 bases militares extranjeras, iniciar el desarme nuclear y eliminar la venta de armas a violadores de derechos humanos forman parte de sus iniciativas.
En lo interno, apuntan hacia reformas electorales que rompan el gran dominio de dinero; crear una democracia verdaderamente representativa mediante la financiación pública de las campañas de acuerdo a la preferencia del voto, la representación proporcional, los debates abiertos y la elección sólo por voto directo, secreto y universal. Reman contracorriente, pero como ellos dicen: “Un movimiento progresista está creciendo, capturando los corazones y las mentes. Mientras ellos compran la elección a manos llenas, estamos viendo emerger un nuevo polo izquierdo en la política estadounidense “.