La supuesta imaginación de Trump duró lo que su campaña. Una vez terminada ésta volvió a los carriles institucionales, felicitó a la señora Clinton –a quien advirtió que sería llevada a la prisión–, visitó a Obama –de quien se mofó, llamándole el peor, reiteradamente– y hasta habló de no descuidar sus relaciones con ninguna nación de la tierra sin referirse al afrentado México, cuyo presidente optó, como es natural en él, en no meterse en honduras porque hasta cuando toca la superficie se ahoga.
Pareciera un cambio de actitud pero no lo es. Al contrario, define una transición sin sobresaltos, tampoco sin importarle sus electores asombrados y hasta asustados, mientras observa cómo se mueven las aguas en su contra ya desde ahora. El solo hecho de suponer que el Colegio Electoral pueda tumbar su victoria guiada por los efectos malsanos de la controvertida elección, es demostración fehaciente de la conclusión final de la señora Hillary: “no sabíamos qué dividimos estábamos”, más bien están en medio de la batahola universal.
La intranquilidad de los mercados, la volatilidad del peso y los sacudimientos financieros no previstos por el Banco de México, sobre todo, demuestran cuál vulnerables somos ante la real conducción de nuestra economía a control remoto, esto es desde el corazón del Fondo Monetario Internacional (FMI). Y, como dijo el ex presidente uruguayo José Mujica, sólo nos falta gritar: ¡Socorro!
Cuando dialogué con Carlos Hank González, meses antes de su deceso en los primeros meses de 2001, me dijo con la sinceridad máxima que podría exhibir:
–Yo deseo que a fox le vaya bien porque si es así le irá bien a México.
Ahora Obama le dijo a Trump, sin el menor esbozo de sonrisa:
–Deseo que tenga éxito porque, si lo tiene Estados Unidos, tendrá éxito.