Hace un par de semanas decía que los militares estaban a la vista. Ahora están suficientemente cerca como para poderse escuchar. Cosa extraordinaria. En México la jerarquía de la milicia no suele emitir en público sus opiniones sobre temas delicados como la seguridad y mucho menos sobre el gobierno. Lo dicho recién por el Secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, está fuera de esa tradición y, por tanto, prende una luz intermitente que no puede ignorarse.
El alto mando ha transmitido el hartazgo de la milicia con los desatinos de la autoridad civil y su fuerza pública en el campo de la seguridad interna y cotidiana. El mensaje se ha estado analizando desde todos sus matices. La opinión que predomina lo reduce a que estarían presionando para que el Congreso Federal acelere la aprobación de la Ley de Seguridad Interior que le dará certeza jurídica a sus acciones de vigilancia complementaria o sustitutiva de las fuerzas policíacas que cada vez lucen más inútiles frente al poder violento del crimen. Como si estuvieran impacientes por que se emita carta abierta para militarizar al país. Es una vertiente.
En la otra, la jerarquía militar estaría más preocupada por los riesgos que se corren al exponer a la tropa, la última línea de defensa de las instituciones, frente al gran poder corruptor y neutralizante, la parte más corrosiva, del crimen organizado en el cual se inmiscuye a sectores de la clase política. Una posible advertencia sobre el alto riesgo y, tal vez, sobre la disposición de una parte del sector militar para impedirlo de tajo.
Los militares son de pocas palabras, pero saben muy bien la autoridad que representan, por eso hay que atenderlas cuando las dicen.