Matan a cinco extranjeros en el principal destino turístico de México (Quintana Roo) y seguramente hoy el próximo presidente de Estados Unidos, Donald Trump se lame los bigotes y se declara más que listo para emitir alertas a quienes serán sus gobernados para no visitar esta entidad.
El descuido y la negligencia de autoridades que, a pesar de la experiencia de excesos en estas fiestas, permitieron una edición más, y ahora sí, el cuete les estalló en las manos.
Pero “hay que permitir que los jóvenes se diviertan” –seguramente justificaron-; sin embargo esos mismos jóvenes son un imán para aquellos que se dedican a la venta de todo tipo de droga.
Y hoy hay que pagar la factura, una factura que puede salir extremadamente cara si al “enemigo de México” se le ocurre emitir un warning para que los ciudadanos estadounidenses eviten venir por falta de garantías.
El turismo es sumamente vulnerable y exquisito. Ningún vacacionista quiere ir a un lugar en donde matan a sus visitantes, y esta noticia corrió como pólvora por todo el mundo.
La actividad turística hoy representa para México uno de los salvavidas con el que podría sortear la tormenta en la que el país ya está inmerso, y aún así se dan estas distracciones o este malemadrismo.
Dos canadienses, un italiano y un colombiano fueron los cuatro extranjeros ultimados en el lugar (además de un mexicano) y aún falta conocer el estado de los otro ocho lesionados que se debaten entre la vida y la muerte en hospitales locales, entre ellos varios estadounidenses.
Bien dicen que “estás viendo que el chango es alegre, y le das maracas”. Todo mundo sabe la clase de celebraciones que es el BPM y aún así se permiten.