¡En las redes sociales no se puede discutir!, dijo el gobernador Roberto Borge en su reaparición pública, mostrando agobio por la información, comentarios y reclamos que lo señalan en las redes como el gobernante que nadie quiere y como delincuente. Utilizó esa palabra.
Extraño el comentario viniendo de quien se dedicó, cual Rey de Redes, a ejercer y hacer sentir su mandato a tuitazo limpio. El dedo flamígero de su poder pulsó incansable las teclas para dejar en claro que una lectura rápida y descontextualizada de El Príncipe de Maquiavelo alecciona a un joven gobernante para que prefiera ser temido a ser amado. Con burlas, amenazas y regaños no dejó oponente, crítico o comentarista con cabeza, ya fuera personalmente o por solícitos e interpósitos troles. Al momento del mal cierre de su gobierno el pueblo envalentonado le hace saber que logró su objetivo con creces.
Parece que le afecta porque, a la vez, el aún gobernador afirma que todo el desencanto que le manifiestan es puro desgaste político; mucho ruido; pura llamarada de petate. Nada de qué preocuparse fuera del inframundo de las redes; nada fuera de la ley ni de lugar. Agrega que habrá de atender las inconsistencias legales que señala la PGR y se harán los ajustes que limen las uñas del “paquete de impunidad” sin que ello signifique que habrá castigo en su contra.
¿Ante qué estamos? Se han visto gobernantes y funcionarios emprender la huida desesperada cuando el mundo se les viene encima. Otros, en igual circunstancia, se mantienen estoicos a la espera inútil de la salvación repentina por parte del manto supremo que creen los protege y que nunca llega. Los más, hacen lo necesario para aguantar el temporal de la crítica mediática, mientras la justicia abre bien los ojos y no sucede nada. Pronto lo sabremos.