Sólo los mexicanos, y los medios informativos mexicanos, se sorprendieron. La realidad es que, a través de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos, no marcharon paralelos los informativos de México con los estadounidenses; mientras aquí se daba amplia e irreversible ventaja, supuestamente, por Clinton, al otro lado del Bravo era evidente que se estrechaban los caudales de cada aspirante al grado de parecer opuestas las predicciones. En el resto del mundo ocurrió el mismo fenómeno que en nuestro país.
¿Cuál fue el objetivo de tamaña distorsión? El no considerar factible que la oficina oval fuera ocupada por un insolente, majadero y racista multimillonario de Nueva York o el imperativo, acaso manejado por el Pentágono y demás corporaciones con poder de fuego, por dividir en dos al mundo: Estados Unidos contra el resto. ¿Para qué? Sólo se explica de una manera: asegurar el belicismo expansivo de la Unión Americana sin respeto a las soberanías ajenas.
Además, era un golpe de autoridad de “los blancos” quienes ungieron a Obama sólo para simular que habían dejado de ser racistas aun cuando no dejaron de hablar de “los simios que habitan la Casa Blanca” con un acento de intolerancia superlativa y, siempre, en voz baja, lejos del ruido mundano. Ahora se retorna a la realidad, pero con la supuesta fuerza de una democracia inducida, casi perversa, capaz de ungir a un miserable como presidente. Dios los perdone aunque no sea suficiente en esta tierra.
En junio de 2016, este mismo año, Peña Nieto acudió a entrevistarse con Barack Obama en la Casa Blanca –la de allá–. Luego se reunirían con el primer ministro canadiense en una falsa alegoría de la unión de América del Norte en la cual se hizo patente el desdén hacia el mandatario mexicano.