Las cárceles en el estado y desde luego en todo el país se están transformando en noticia cada vez con mayor frecuencia, debido a hechos lamentables relacionados con las condiciones en que miles de personas cumplen sus respectivas condenas.
La comisión estatal de derechos humanos recién acaba de informar acerca de la realidad inhumana que enfrentan los internos en los centros de reclusión. Sobre la situación de hacinamiento, dicha entidad señala que Llega a estar reñida con lo más elementales estándares que exige la dignidad humana.
La cantidad de internos que duermen casi apilados, unos sobre otros, en reducidos espacios, con nula ventilación y luz natural, en condiciones insalubres, con presencia de chinches y otros parásitos, relata el reporte.
Por otra parte del proceso para acabar con la violencia es la reinserción social, la cual supone ser el fin de las instituciones penitenciarias. Las cárceles mexicanas nos han demostrado la deficiencia de este proceso, la reincidencia de los delincuentes es consecuencia de las deficiencias de todo el sistema de las cárceles que imposibilitan su objetivo último. Lo cierto es que en México tenemos un problema con las cárceles.
Están llenas a reventar, pero seguimos pensando, estúpidamente, que la forma de resolver los problemas es metiendo a cuanto más podamos al penal. Todos los días hay un empresario pidiendo cárcel para los delincuentes, un diputado proponiendo aumentar las penas, un político en campaña ofreciendo mano dura y no podía faltar un gobernador en problemas prometiendo que meterá al bote a los corruptos de atrás, porque los de su sexenio apenas empezaran a pellizcar el erario. El castigo de quien infringe la ley es mucho más que la privación de libertad; es la venganza cruenta de una sociedad que, de un modo u otro, ha contribuido a crear estos bolsones de abandono.