El Obispo de Quintana Roo, Pedro Pablo Elizondo no sólo puso el dedo en la llaga, sino que le escarbó y le puso chile y limón, como para que duela más.
A muchos les incomoda el tema, pero no se puede tapar el sol con un dedo, y lo que está ocurriendo en Cancún es simple y sencillamente lo que dijo el jerarca católico: Es el inicio del fin de este destino turístico, sino no se toman cartas muy firmes contra la inseguridad.
“El clima de violencia que se ha desatado en los últimos días en Cancún no puede continuar así, pues de lo contrario significaría ´la muerte´ para un destino turístico que necesita garantizar paz y seguridad tanto a sus visitantes como a los residentes de la ciudad”, advirtió.
Cierto es que el presidente municipal, Remberto Estrada, recibió un gobierno despedazado y que ya empezó a organizar los cuerpos de seguridad para hacer frente a este que se ha convertido en un cáncer que, dada su peligrosidad, debe ser extirpado cuanto antes.
Sin embargo, el gobierno federal debe voltear la mirada de manera urgente hacia Cancún, hacia el principal destino turístico del país, hacia éste que le genera más del 30 por ciento de las divisas que entran a México por concepto de turismo, para garantizar su viabilidad y evitar a toda costa que se convierta en otro Acapulco.
La federación debe entrar a Cancún y desplegar sus fuerzas armadas y a sus efectivos de la policía, con cuerpos de elite y de inteligencia, para terminar de tajo con este problema que mantiene en jaque a la ciudad con ríos de sangre a diario por sus calles.
El problema va mucho más allá de lo que muchos suponen y por ello el Clero advierte que Cancún morirá si no se toman cartas a la brevedad.