Lázaro Cárdenas,Quintana Roo.-Los “durmienteros” (taladores de madera dura) de Kantunilkín desarrollaron su propia inmunidad luego de muchos años de estar en contacto con la madera extremadamente tóxica del Chechén, que se utilizaba décadas atrás como traviesas de las vías de ferrocarril de líneas nacionales.
Sin embargo, aquellos alérgicos terminaban llenos de ampollas y llagas que incluso ameritaban atención médica en el hospital. Algunos recurrían al baño de hojas de Chaká, planta que los antiguos pobladores utilizaban como medicina, recordó Fernando Cocom Tuz, veterano ejidatario y uno de los cortadores de miles de durmientes que se explotaban en el ejido de Kantunilkin para ser comercializados por una compañía encargada de construir las vías de ferrocarril.
La explotación de durmientes prácticamente desapareció luego del huracan “Gilberto”, en 1988, y al dar paso a la modernización de las vías ferroviarias, dejaron de usarse maderas para tender los rieles como antaño.
Don Fernando, de más de 80 años de edad, recordó que los contratos de explotación forestal entre la compañía y el ejido eran vistos como una forma de crear fuentes de empleo para más de 200 cortadores.
La madera de Chechén, por ser dura y resistente a las inclemencias del tiempo, era utilizada como durmientes de poco más de dos metros de largo y medidas de ocho por siete pulgadas de grosor, que les pagaban a 35 pesos.
Árbol ‘maldito’
“Este árbol de Chechén es de resina tan toxica que provoca hinchazón, comezón y ampollas al contacto, y para para labrarlo con hacha (no había motosierras en esos tiempos) los cortadores se tenían que montar en la madera para cortarla a medida y, por ende, el gas que emana el árbol hinchaba los testículos del cortador, aunque ya se sabía que con un baño de Chaká se quitaba todo esto” aseguró.
“Entre los que se la ‘rifaban’ cortando Chechén estaban don Abelardo Pool, Abelino Euan, Abo Tuz, mis hijos, Marciano, Enrique y otros que día tras día realizaban su labor a favor de crear fuentes de empleo”, dijo.
“Los primerizos en tener contacto con ese árbol se quitaban del campamento para venir a Kantunilkín en busca de servicios médicos, pero con el paso del tiempo se volvían inmunes a las toxinas de esta planta, cuya contra era nada menos que el Chaká blanco, cuyas hojas se remojaban dentro del agua de baño del afectado para mitigar las ampollas y el dolor” recordó.
Chaká y Chechén: el bien y el mal echan raíces
El árbol de Chechén figura de un sinnúmero de leyendas y cuentos mayas. Esta especie se puede encontrar en lugares de la República Dominicana, Cuba, Jamaica, Guatemala, Belice y en México, desde la Península de Yucatán hasta Veracruz. Es fácil de reconocer ya que su borde es ondulado.
La resina está contenida en su corteza de color pardo rojizo y aparece generalmente cuando la cubierta del árbol ha sido dañada o cortada. El Chechén llega a medir hasta 25 metros de altura y alcanza un diámetro de hasta 60 centímetros.
Se dice que siempre junto a un Chechén hay un árbol de Chaká; éste segrega una solución acuosa que se obtiene al hervir la corteza y es utilizado en la medicina tradicional como analgésico, insecticida, expectorante, antiinflamatorio, afrodisíaco, diurético, anestésico, entre otras propiedades, pero sobre todo, para aliviar irritaciones y quemaduras de la piel ocasionadas por la resina del Chechén.(Luis Méndez/Quintana Roo Hoy)