BENITO JUÁREZ, QUINTANA ROO.- El Viejo y el Perro. Debajo de una palmera de cocos algunos verdes, otros color ocre, junto a un anciano que se aferra a su botella semivacía de cerveza, un perro variopinto ahuevonado ladra su miseria aquí, en Puerto Juárez, mientras dos moscas le bailan en la cabeza bajo el fuerte sol que le tuesta las lagañas.
Parece una escena de los años 50, pero no. Estamos en abril de 2018, a un día de que el polo turístico más importante del país y uno de los más bellos del mundo: Cancún, cumpla 48 años de haberse creado.
Y pensar que todo comenzó aquí.
La historia de Puerto Juárez es la historia de una generación que impulsó la creación de una ciudad dinámica, dorada, esplendorosa en su zona hotelera y que surgió en sus inicios aquí, en Puerto Juárez: Cancún.
Algunas cosas siguen igual como hace 48 años: en su playa, la del Niño, el alcohol y la cerveza se dan de la mano con los menores, se saludan, se conocen y se tuercen; lanchas desvencijadas de pescadores; olores malolientes entre pescado podrido y tufo de las cloacas.
Antes era un cocal abandonado; oasis de pescadores, de chicleros, tal vez de contrabandistas y de saqueadores de piezas arqueológicas, recuerdan los viejos, hoy abundan viciosos, prostitutas, los picaderos de droga, desilusión, como entonces…
EL PARTO
Luis Ramírez Aznar en 1980 cronicaba: “Tuve la oportunidad de verlo nacer (Cancún), crecer, desarrollarse. Vi cuando se tendían los primeros trazos de los lotes que estaban en venta. Intrascendentes líneas de palos con diminutos letreros que numeraban la lotificación. Vi poner los cimientos de los grandes hoteles, de las cabañas. Admiré repetidas veces las grúas que en increíble actividad rastrillaban arena para cubrir las áreas de pantanos y de ciénegas. Pasamos grandes dificultades para desplazarnos por brechas arenosas y sufrimos los ataques de la enorme plaga de mosquito que por nubes espesas surgía de los manglares y de los cocales.
En la colonia Puerto Juárez, al borde de la carretera, se levantaba una provisional cartolandia donde muchos creyeron iba a crearse un lunar que manchara los grandes proyectos. Salones, cerveza, restaurantes, los primeros comercios de artículos de importación con paredes de palos y techos de lámina de cartón.
Hubo que enfrentarse a no pocos aventureros que trataban de practicar el paracaidismo. Una patrulla especial recorría toda la playa. Comerciantes efímeros, venteros ambulantes amarraban un tinglado de maderas y cartones para tener derecho a prioridades o para sentirse propietario del terreno”.
Dieciséis años antes de que surgiera el proyecto Cancún nació Puerto Juárez.
Todavía hasta principios de los 50 existían sobre lo que hoy es el corredor Puerto Juárez-Punta Sam, cuando menos tres ranchos cocoteros de la gente de Isla Mujeres. Entre ellos “Tantanchén” (en maya: pozo profundo o frente a un pozo), propiedad de Macario Díaz, justo en donde actualmente se encuentra la terminal marítima de Puerto Juárez.
Dedicados al cultivo del coco, para extraer el aceite que éste produce, no existía en Tantanchén mayor población que sus cuidadores y sólo era utilizado (apunta el cronista de Isla Mujeres, Fidel Villanueva Madrid) como lugar de embarque y desembarque de trabajadores que emigraban cada temporada de sus lugares de origen en Yucatán, Campeche y Veracruz, principalmente para contratarse en el corte de maderas finas o el chicle.
“Para estas personas –dice el cronista– Isla Mujeres era un lugar donde adquirir productos básicos que llegaban a la isla desde el puerto de Chicxulub, Yucatán, y además un sitio en donde divertirse y olvidar las rudas tareas de la selva”.
LA MUERTE TAMBIÉN TRAE VIDA
El inicio de la carretera Valladolid-Puerto Juárez fue un tanque de oxígeno para cientos de trabajadores chicleros que se hallaban dispersos en los campamentos cercanos al área de Cancún.
La explotación de la resina del árbol del chicozapote, con el que se produce el chicle, había sido por más de 20 años su modus vivendi, pero con la aparición de materiales sintéticos, Quintana Roo vio desplomar su industria chiclera como antes había ocurrido con el palo de tinte. La carretera vino a darles unidad y empleo a varios de esos hombres de campo.
Contratados por las dos principales compañías que venían realizando la carretera, como la “Progreso” (de Valladolid a Leona Vicario) y la mexiquense “Méndez y Villela” (de Leona Vicario a Puerto Juárez) la antigua Tantanchén tuvo candidatos a nuevos pobladores. Gente que vio con buenos ojos la posibilidad de vivir en la costa.
Para su mala fortuna estaba muy reciente la desgracia del “Janet” (27 de septiembre de 1955), cuyos vientos crearon olas que avasallaron la zona baja de la ciudad de Chetumal, provocando 87 de muertos. Ante tales acontecimientos el Gobierno del Territorio, encabezado por Margarito Ramírez Miranda, no permitió nuevas poblaciones costeras y mandó a estos nuevos habitantes dos kilómetros hacia arriba a partir del área que hoy se conoce como La Rehoyada (frente a las oficinas centrales de la CFE), o “La Loma” como era conocida por ellos.
Con esta disposición nació lo que bautizaron con el nombre de “Colonia Puerto Juárez”, estableciéndose a la orilla de la carretera (hoy avenida López Portillo) en un área que actualmente abarcaría desde “La Loma” (Sm. 68) hasta el entronque con la avenida Kabah (Reg. 91). Aunque algunos de ellos lograron establecerse en el corazón mismo de Puerto Juárez.
Así empezó todo
El nombre de Puerto Juárez nació entre 1946 y 1947 como parte de un ambicioso programa de comunicaciones
Los primeros hombres y mujeres en llegar tanto a Puerto Juárez como a su colonia fueron: José Cantillo Pérez (+) y su esposa Josefina Pacheco; Pedro Briceño Cámara (+) y años más adelante su esposa Socorrito Puerto (+); Pablo Pacheco Mendoza y su esposa Isabel Medina; Luis Díaz Aguilar y su esposa Margarita Gómez; Antonio Canul Peniche y su esposa Lupita; Genaro Dzul y su esposa Esperanza; los hermanos Pablo y Gervasio Ramírez.
Otros como Alfonso Pérez, Manuel Peraza Cupul; Liborio Alcocer Lugo “El Diablo” (+); Procopio Pérez; Narciso Trujillo; Martín Cumul; Marcelino Ávila Solís “El Pavo”; Gaspar Tuz (+); Conchita Alcocer, Asterio Gutiérrez, Gerardo Viveros, José Eduardo Díaz Aguilar “Cheto”, Filiberto Bautista Aguilar, Emilia Cequera, Eleuterio Gutiérrez Méndez, Felipa Caamal, la familia Vega, la familia Lizamo, Manuel Sánchez y José Chuc.
Un poco más adelante también llegarían Mariano Sierra, Efraín Creoglio Burgos, José Moreno Hernández y temporalmente el empresario Gonzalo Cantón.
Algunos de ellos todavía intentaron rescatar la actividad cocotera, pero la apertura de la carretera, aun de manera rústica, motivó a la familia Magaña de Isla Mujeres a enviar los primeros barcos a Puerto Juárez.
Para darnos una idea de lo que esto significó, los escasos isleños que acudían al antiguo Tantanchén lo hacían sólo para ir de cacería o por madera, ya que el enlace con tierra firme se hacía dentro de la laguna Nichupté a través del muelle de Buenaventura (espaldas de la actual plaza de toros). Queda claro que para la mayoría de la gente de Isla Mujeres este lugar no tenía importancia hasta que llegó la carretera y surgieron los primeros negocios.
INCIPIENTE COMERCIO
Con la llegada de los autobuses de la Unión de Camioneros de Yucatán se hizo necesaria la construcción de una terminal cuya administración recayó en la persona de Efraín Creoglio, un antiguo cocinero de la familia Joaquín, de Cozumel. Creoglio también abriría “El Pescador”, su propio restaurante de mariscos, en donde hoy se encuentra “Mandinga”; El cronista Fidel Villanueva le atribuye a Alberto “Titos” Velásquez la autoría del primer muelle; el primer velero en atracar en ese muelle correspondió a Fabián Magaña Rodríguez.
Entre las primeras embarcaciones que movilizaron pasaje y carga, de acuerdo con los registros históricos de Fidel Villanueva, se encuentran el velero denominado “El Rey”, que era propiedad de Ausencio Magaña Rodríguez. Luego, este mismo empresario ordenó sucesivamente la construcción de las embarcaciones motonaves “La Dama Elegante”, “La Carmita”, “La Sultana del Mar” y la “Blanca Beatriz”.
Se creó el Sindicato de Alijadores Benito Juárez, cuyo líder era Eleuterio Gutiérrez, pero la carga era muy poca y Puerto Morelos les arrebató esa posibilidad.
Aparece en Puerto Juárez el primer hotel: “El María Isabel”, propiedad del empresario Gonzalo Cantón; de igual forma aparecen el hotel “Los Faroles” de José Moreno Hernández y el restaurante “El Janet” de Mariano Sierra.
También establece su fonda don Gervasio Ramírez
De lleno en los años 70, la actividad comercial ya es considerable: Gervasio Ramírez abre su coctelería “El Kiosco”; aparece la fonda “El Bocadito”, de Carlos Alcocer, un antiguo coime de billar que era zurdo. Surge el primer cine con películas para adultos el “Colonial” de José Eduardo “Cheto” Díaz Aguilar, mismo dueño de la tienda “La Torcasita”. Doña Teresa Alvarez (+) mantiene su carnicería.
Nace el cine “Variedades Maya” del famoso Liborio Alcocer Lugo “El Diablo”, quien también tiene una carnicería en cuyo rótulo se podía leer: “La Guadalupana” y en letras minúsculas: propietario “El Diablo”.
Así empezó todo.