El rastro de Mohamed Lahouaiej Bouhlel en Niza no conduce a las mezquitas ni a posibles focos de radicalización islamista en Niza. El supuesto terrorista, nacido en Túnez y con residencia francesa, habitó en los últimos meses un pequeño piso delante del matadero de la Route de Tourin, un barrio humilde donde hay varias salas de rezo y una mezquita (formalmente es solo una asociación porque Niza no ha permitido que haya ninguna como tal). EL PAÍS recorrió ayer todos estos lugares y en ninguno de ellos se conocía al hombre que el viernes por la noche se llevó por delante con un camión la vida de 84 y dejó gravemente heridas a una veintena. Al contrario, quienes sí le habían tratado -de la escalera o un bar cercano a su domicilio- aseguran que no había pisado un templo en toda su vida.
La mezquita cercana a la iglesia de St. Charles se encuentra a un kilómetro de la casa donde vivía en la última época el supuesto terrorista. Ahí acuden a rezar algunos de sus vecinos, como el también tunecino Guesmi Abdel, que por la mañana paseaba por la route de Turin. “Jamás estuvo en la mezquita. Hace poco fue el Ramadán y nos quedábamos rezando más allá de las 12 de la noche. Nunca le vimos. Al contrario, durante ese periodo le encontré fumando muchas veces”, señala con un tono de voz que va encendiéndose a medida que habla de él.
Para esta gente Google es el nuevo Corán. Si hubiera venido a la mezquita hubiéramos podido hacer algo”, analizan en un templo
En el interior del domicilio, Jasmina, una vecina originaria de Tánger cuyo domicilio se encontraba justo debajo del de Lahouaiej Bouhlel, corrobora esta teoría. “Aquí tenía un par de amigas. Una era vecina del edificio y muchas tardes se encerraban en su casa para tomar una botella de vino rosado. No era religioso y nunca le escuché algo que pudiese hacer pensar lo contrario”, explica al borde de una maltrecha escalera.
A las dos de la tarde decenas de fieles salen de la mezquita de St. Charles. La mayoría son jóvenes, que se colocan la gorra o las zapatillas deportivas al cruzar la puerta. Acaba de terminar el rezo y el Imán y el secretario general de esta asociación –así deben constituirse los templos en Niza– reciben a este periódico justo después del rezo . Ellos también niegan haberle visto jamás. “Ese es el problema. Que nunca vino aquí, si no hubiéramos podido hacer algo. ¿Leer El Corán? Para esta gente el libro sagrado es Google”, señala el señor Fernane. El Imán asiente junto a ál e insiste en que el discurso del Islam “es la fraternidad”. Lo mismo opinan en una sala de rezo cercana, a unos 800 metros del domicilio de Lahouaiej Bouhlel, dos de los fieles que salen al mediodía. “Nadie en la comunidad le conocía. Este hombre era un loco y su acto, obra de un trastornado”, explica uno de los fieles que prefiere no revelar su nombre.
Puedo asegurar que no había pisado ninguna de las 30 mezquitas de la zona”, explica el presidente de los musulmanes de la región
Una tesis que confirma el psiquiatra entrevistado por L’Express que le trató en Túnez en 2004, cuando vivía aquejado de una depresión y padecía crecientes estallidos violentos contra su familia. “Sufría una alteración de la realidad, de discernimiento. Un principio de psicósis. […]. Además tenía problemas con su cuerpo, no se veía guapo y tenía la necesidad de muscularse”, recuerda este médico. El ministro del Interior francés, Bernard Cazeneuve, aunque todavía no ha aportado claro ningún dato que verifique esa línea y los servicios de inteligencia no tenían ningún indicio que pudiera hacer sospechar de sus vínculos con el islamismo, apuntó ayer que el atacante se habría “radicalizado muy rápido”. Tan rápido, se burlaban en Twitter segundos después, que solo pudo ser después de su muerte ya que hasta ahora no se ha aportado ninguna prueba o vínculo con el Estado Islámico, que ayer por la mañana (36 horas después de la matanza) reivindicó el atentado.
Pese a todo, el perfil de Mohamed Lahouaiej Bouhlel, recuerdan estos días los expertos, no es tan distinto del de los hermanos Saleh, coautores de los atentados el pasado noviembre en París. Ellos tampoco acudían a la mezquita, fumaban, bebían y regentaban un bar que cerraron solo un mes antes de la matanza del 13 de noviembre.
El presidente de la Comunidad de Musulmanes de Los Alpes Marítimos (UNAM), Aissaoui Otmane, admite en conversación telefónica que cuanto más inestable, frágil y depresivo sea una persona, “más fácil será radicalizarle rápidamente”. “Así lo hacen, puedo asegurárselo como Imán que soy. Pero también estoy seguro de que este hombre no había pisado ninguna de las 30 mezquitas de la zona en las que estamos presentes. Yo no puedo saber si tenía vínculos con alguna rama salafista, porque ellos no están asociados ni tienen mezquitas. Pero no hace falta que los tuviese aquí, hoy en día, a través de Internet, se puede radicalizar a alguien estando a 10.000 kilómetros de él”.
Información: El País